jueves, 9 de julio de 2015

Muñecas


-No creo que deberías hacer eso –le dijo su mejor amiga, Esther, mientras desmembraba una vieja muñeca.
-Quiero demostrarte que es sólo una estúpida muñeca, todo este museo es una estupidez. ¡Muñecas poseídas! ¿Y qué va a hacerme además de mirarme con esos horribles ojos de canica? –pronunció Nancy mientras buscaba a su nueva víctima. Tomó a una muñeca de trapo y le quemó el rostro con un encendedor, un chillido la asustó y por un milisegundo se creyó el asunto de las muñecas malditas hasta que notó que lo que había producido el ruido era su amiga al ver una rata-. Te lo dije, todo es una farsa, ahora vámonos de aquí antes de que aparezca el vigilante.
Salieron del museo tan fácilmente como habían entrado, debido al miedo que les inspiraba a las personas “El museo de muñecas malditas”, la seguridad no era un asunto de importancia. Nancy volvió a su casa y se quedó dormida en cuanto su cabeza tocó su almohada.
Se despertó al escuchar pasos en su habitación, pero al intentar levantarse para investigar notó que no podía moverse, abrió los ojos y lo que vio le dio escalofríos, estaba completamente rodeada por las horrendas muñecas del museo.
-¡Muy graciosa, Esther! Poner estos vejestorios en mi cama no me convencerá de nada.
Sin embargo nadie le respondió, volvió a intentar moverse y se dio cuenta de que estaba atada, para su horror, aquellas muñecas comenzaron a moverse sin que hubiera una explicación lógica para ello. Retiraron las cobijas que la cubrían, mostrando que efectivamente estaba amarrada y que ahora portaba un largo vestido victoriano como el de la muñeca a la que le había arrancado las piernas.
Como si la hubiera invocado, ésta apareció sosteniendo unas largas pestañas postizas entre sus manos de porcelana, se arrastró hasta el rostro de Nancy y colocó sobre sus ojos las pestañas, otra de las muñecas las engrapó en sus párpados haciéndola gritar.
Las muñecas se miraron entre sí y movieron sus cabezas en un gesto de negación, dos de ellas aparecieron con tijeras que lucían gigantes en sus manos y las clavaron frenéticamente en los globos oculares de Nancy, una y otra vez mientras ella no paraba de maldecir y retorcerse. Cuando los hubieron destrozado por completo introdujeron en las cavidades unos hermosos ojos de muñeca y se miraron satisfechas.
Nancy despertó nuevamente, esta vez de verdad, el horrible sueño la había dejado helada, pero jamás lo admitiría frente a Esther, después de todo, la pesadilla no probaba nada. Esas muñecas no tenían poder alguno. Intentó levantarse de su cama pero tal como en su sueño no podía hacerlo…sin embargo esta vez era diferente, no sentía ataduras, no sentía absolutamente nada, era como si su cuerpo estuviera entumido.
Lo que apareció en la habitación no fueron muñecas, sino algo peor, un sujeto velludo y gordo que se acercaba a ella con un gesto lujurioso. Se colocó sobre ella y tocó sus pechos bruscamente para luego lamer sus pezones como un perro sediento, a pesar de la inmovilidad podía sentirlo todo y tan sólo quería huir de ahí. El desagradable hombre se desnudó y se sentó sobre sus hombros mostrándole una visión en primer plano de su escroto y acercando a su rostro un falo negruzco y flácido.

Nancy trató con todas sus fuerzas de huir de aquél sitio, de quitarse al obeso de encima, pero lo único que consiguió fue evadir aquella visión y mirar hacia el techo, ahí se encontraba un espejo y pudo mirar con horror que se había convertido en una muñeca, una de las que más odiaba, una muñeca inflable.

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