miércoles, 13 de enero de 2021

La belleza de la destrucción (parte 2)

 Dedicado para Xanat Ornelas, gracias por tu apoyo durante todos estos años


Salimos de su salón tan sigilosamente como entramos, por desgracia lo hicimos en el mismo momento en el que terminaba una clase y fuimos descubiertos por al menos 20 personas, eso destrozaba mi plan de asesinarla en la escuela. Más aún porque Angélica comenzó a referirse a mí como su novio en cada red social existente.

Nunca supe si Angélica tenía una exagerada necesidad de atención o una reciente relación fallida que deseaba olvidar, pero se esforzó demasiado para que todas las personas que le conocían supieran que estaba en una relación, mandando toda la discreción al carajo.

Claro que decir que teníamos una relación era una exageración, pues nuestros encuentros eran únicamente sexuales, jamás hubo algún contacto entre nosotros que no se tergiversara en algo perverso en segundos. Fueron incontables los lugares profanados con nuestros cuerpos desnudos, me atrevo a afirmar que no había límites para ella. No puedo negar que gocé mucho mis instantes con ese bello ángel, tanto que hubo ocasiones en las que traté de abandonar mis fantasías homicidas, quise disfrutar el tiempo a su lado, pero las imágenes de ella destazada y sangrando se transponían a su belleza.

Fue un año de completa tortura y estrés, quizá fue aquello y el exceso de cardio lo que me llevó de ser un saludable hombre de veintidós años a transformarme en un esqueleto decrépito pues durante aquel año perdí casi quince kilos.

La misma habilidad que ella poseía para transformar las actividades más burdas en algo sexual - ir al cine, andar en transporte público, jugar videojuegos, cocinar – yo la tenía para transformarlas en una escena de crímen.

Mientras ella me hacía una felación en una alberca durante un viaje que realizamos, yo me imaginaba estrangulándola con mis piernas, sintiendo como forcejeaba por la falta de aire hasta que por fin dejaba de moverse, me corría en sus labios muertos y por fin dejaba salir a flote su rostro ligeramente azulado, deformado, con una mueca de muñeca inflable.

La eyaculación fue real y cuando salió a flote de verdad, me miró molesta, me escupió una gran cantidad de semen en el rostro y tras soltar una carcajada se alejó nadando.

Esa actitud juguetona no ayudaba, verla riendo o gimiendo de placer mientras imaginaba torturarla me hacían creer que quizá ella lo deseaba. Su masoquismo apoyaba esa idea, pues cada vez le pedía que la tratara con mayor rudeza, gemía como posesa cuando la azotaba hasta dejarle las nalgas moradas y podía alcanzar un orgasmo si la mordía lo suficientemente fuerte. Verla llena de pequeños moretones y un rostro de éxtasis era una imagen recurrente.

Sus peticiones sexuales se volvieron cada vez más intensas y me resultaba complicado no destrozarla en el sentido literal. Claro que deseaba hacerlo, pero no quería terminar preso; los novios siempre son los primeros sospechosos y con buenas razones.

Llegué a mi límite el día en el que me invitó a entrar furtivamente a su habitación y me pidió que le hiciera pequeños cortes en los muslos, muy cerca del pubis y que lamiera su sangre. Hice un esfuerzo descomunal para resistir el impulso de atravesarle la pierna, le hice una ligera incisión, fascinado con la línea punteada de sangre que iba apareciendo, sentí enseguida como mi cuerpo bombeó sangre hacia el apéndice que controla todas mis acciones. Angélica gemía y se tocaba el cuerpo desnudo visiblemente excitada, no pude evitar fantasear, me vi apuñalándola en las piernas, el abdomen y sobretodo en el rostro, hasta convertirla en un montón de jirones rojizos.

El grito agudo de Angélica me sacó del ensimismamiento, abrí los ojos y vi que le había hecho una gran herida en la pierna de la que brotaba abundante sangre. Ella lucía confundida, como tratando de decidir si sentía excitación o miedo. El padre de Angélica no tardó en acudir corriendo a la habitación, intentando abrir la puerta, que por fortuna se encontraba cerrada con seguro.

Escapé por la misma ventana por la que había ingresado y a pesar de un mal aterrizaje pude huir sin ser descubierto. No podía dejar de pensar en el elixir rojizo desbordándose, aquella laceración incitándome a seguir arrancando su dermis y frotarme contra la carne viva.

Caminé hacia el parque de nuestro primer encuentro y me senté en la misma banca de aquella noche, mezclando los recuerdos con los homicidas deseos que se habían despertado en mí. La imaginé follándome bañada en sangre, embebiéndome de ese exquisito y viscoso líquido. No pude evitar masturbarme en ese mismo momento, con tanto ahínco que podría parecer que era mi cuerpo el que deseaba desollar, sentí como mi simiente era expulsada de mi cuerpo con fuerza y abrí los ojos para encontrarme con el rostro horrorizado de un niño no mayor a 10 años que soltó un grito agudo.

Me resultó irónico que me arrestaran por un crimen que no había cometido, después de perder la oportunidad de cometer uno real. Sin embargo, ser privado de mi libertad y tratado como un pederasta me hizo reconsiderar mis fetiches bestiales, fueron seis largos meses encerrado tras mi condena por “exhibición obscena ante un menor”, medio año de intimidación y golpizas constantes que lograron quitarme aquella tentación de asesinarla, si durante aquel tiempo había sido un infierno, no quería ni imaginar tener que soportarlo por años. No era un Ted Bundy ni un Ed Kemper, no tendría ni idea de qué hacer con
el cadáver y quizá tampoco con la culpa.

Cada día que pasaba encerrado me era más fácil desprenderme de la idea y me parecía increíble haberlo deseado en primer lugar. Me prometí que al salir del encierro no volvería a buscarla, y si ella se había enterado de porque había sido arrestado seguramente tampoco querría saber nada de mí; considerando que jamás acudió a visitarme asumí que así era.

Cuando por fin me liberaron y me devolvieron mis cosas pude ver que Angélica se había cansado de buscarme tras un par de semanas, me sentí aliviado. Mi madre, que por alguna razón creyó en mí, me informó que nunca dejó de pagar la renta y los servicios de mi departamento así que podía volver a él y fingir que todo estaba de vuelta la normalidad por un par de días. Ya vería como resolver mi situación con la universidad.