domingo, 25 de febrero de 2018

La bailarina


Nadie podría negar que Israel era un hombre exitoso y adinerado, tenía un excelente trabajo en el que ganaba mucho más de lo que necesitaba un hombre soltero de su edad para sobrevivir, sin embargo su empleo era tan absorbente que apenas tenía tiempo para otra cosa convirtiéndolo en un ser sumamente solitario; el único ser vivo con el que cruzaba más de dos palabras era su grisáceo gato, Renato.
Siempre era la misma rutina, trabajar todo el día como un autómata y regresar por las noches al vacío de su casa, el exagerado orden que mantenía en ella aumentaba la frialdad del lugar y la sensación de que nadie habitaba ese lugar.
Una noche mientras se distraía viendo “El vengador del futuro” –la versión original pues el remake le había parecido una bazofia- le sorprendió recibir una llamada, creyó que se trataría de un número erróneo o quizá un encuestador pero contrario a eso escuchó una voz familiar. Se trataba del único amigo que aún conservaba y que le pedía ir con él a conocer un nuevo bar arabesco, al principio se negó pero la insistencia de aquel hombre y su necesidad de distraerse lo hicieron cambiar de opinión.
El lugar tenía más aspecto de harem que de bar, con cojines por doquier, largas cortinas que dividían las zonas del lugar y hermosas meseras con trajes que lo hacían pensar en “Mi bella genio”; a Israel le pareció que la idea había sido buena después de todo.
Bebieron varios tragos y fumaron desde la hookah que les proporcionó una de las Sherezadas actualizándose en lo que habían hecho en el año que no se habían visto, su interlocutor le habló sobre los viajes que había realizado y las numerosas conquistas que había dejado en cada país; lo único que tenía Israel para contar eran anécdotas laborales y hazañas de su gato así que le alegró que su conversación fuera interrumpida por un cambio en la música y una serie de luces que se posaron sobre una figura femenina.
Su descomunal belleza y la iluminación la hacían parecer como algo irreal, un ser divino, Israel no supo cómo asimilar tal perfección, iba descalza con una pulsera dorada en el tobillo derecho, portaba una vaporosa falda de tela semi transparente que parecían flotar a su alrededor, sobre el pecho llevaba un sostén dorado con intrincados grabados en él, enroscado en su brazo izquierdo había un brazalete con forma de serpiente, todo su cuerpo lucía tan suave que creaba la ilusión de no tener huesos, efecto que se maximizaba con su baile que ninguna mujer con un esqueleto podría lograr.
Pero lo más impactante de aquella mujer era sin duda alguna su rostro, poseía unos enormes ojos verdes enmarcados por largas pestañas negras y unos seductores labios color cereza. Si bien Israel era poco sociable, al ser mirado por aquella mujer olvidó por completo como pronunciar cualquier palabra y cuando ella pasó junto a él contoneándose y regalándole su aroma a jazmín supo que estaba perdido.
Deseaba conocerla, saber su nombre, sus gustos, sus odios, hundir su rostro en su cabellera olor a jazmín y descubrir la sensación de besar aquellos labios. Pero aquella noche estaba tan absorto en contemplarla que no pudo hacer nada más, al terminar el espectáculo él se perdió en sus pensamientos, imaginando la mejor forma de hablar con ella pero cuando hubo ideado un plan no pudo encontrarla por ningún lado y lo único que consiguió fue su nombre: Mariana.
Mariana, Mariana, Mariana, no podía sacarse el nombre y mucho menos la imagen de la cabeza, se sentía como un adolescente imbécil, no podía concentrarse en su trabajo y terminó llenando cientos de celdas de Excel con aquel nombre. Supo que tendría que volver a aquel bar y hablar con ella o jamás conseguiría concentrarse de nuevo.
Volvió noche tras noche, pero la imponente presencia de esa diosa oriental le impedía siquiera acercarse, no podía más que seguir contemplándola y entumecer su mente con el alcohol que los meseros no dejaban de ofrecerle.
La obsesión se extendió más allá de aquellas noches, comenzó a preparar una habitación para ella, decorándolo con ese mismo estilo árabe del bar, compró cientos de telas de seda china, perfumes exóticos, enormes representaciones de Shiva, numerosos cojines bordados y todo lo que le recordara aunque fuera remotamente a su bailarina. Entre aquél paraíso arabesco no le costaba imaginar a Mariana danzando para él.
Descuidó su trabajo, prefería permanecer en aquel cuarto entre el incienso y la abigarrada decoración que pasar el día en un frío cubículo, su jefe terminó por despedirlo pero poco le importó, aún tenía bastante dinero ahorrado y podía buscar otro empleo.
Una noche soñó con su hermosa bellydancer, pero no fue un sueño como lo demás, ¡fue tan vívido! En él Mariana no se contoneaba para él, ni siquiera llevaba su vestuario habitual, estaba fuera del bar y él se acercaba a hablarle con un ramo de rosas, ella sonreía con sus aperlados dientes y entonces el sueño terminaba. ¡No! ¡Aquello no podía terminar ahí! Tomó ese sueño como una señal de que había llegado el momento de hablar con ella y si se lo permitía, mostrarle el hermoso lugar que había creado para los dos.
Compró un gigantesco ramo de rosas, tal como en su sueño y se dirigió al bar, a pocas calles de llegar tuvo un horrible presentimiento sin saber porque, caminó cada vez más rápido sin poder tranquilizarse.
Era exactamente la hora en la que Mariana se encontraba bailando, sin embargo ella no se veía por ningún lado, preguntó por ella y los meseros le respondieron tristemente que no sabían nada de ella desde la noche anterior.
Aquello no significaba nada…ella tal vez se tomó el día, quizá había salido con alguna amiga o quizá con un novio… ¡No! La idea de verla con otro hombre era aún más horrible que la idea de no volver a verla jamás… Pero él estaba seguro de que no era eso, sino de que algo terrible le había ocurrido. Aun así volvió noche tras noche esperando volver a verla sin éxito, tras un par de semanas se rindió y se recluyó en su casa, entre todas aquellas cosas que le recodaban a Mariana y se imaginaba que ahí estaba ella, danzando para él con su hermosa sonrisa.
Un día creyó que su locura había alcanzado un nuevo nivel pues escuchó vívidamente el característico tintineo de la chica bailando, se paró abruptamente esperando verla pero lo único que vio fue a su gato Renato jugando con un objeto brillante que tintineaba, se acercó para quitárselo y miró aterrado que se trataba de la pulsera que Mariana portaba en el tobillo, no podía equivocarse, la había mirado cientos de veces, sin embargo se encontraba cubierta de una capa de tierra…
Entonces todo volvió a su mente.
Aquél no había sido un sueño, él realmente se había presentado con un ramo de rosas, Mariana ya había terminado su espectáculo, se había cambiado de ropa y se dirigía a su hogar, él acercó a ella y le ofreció las rosas, entonces ella sonrió extrañada y pronunció esas horribles palabras que lo sacaron de quicio:
-¿Te conozco?
¡¿Qué si lo conocía?! ¡A él! El hombre que había asistido a diario a verla bailar los últimos meses, el hombre que había modificado su casa para construirle un paraíso arabesco, el hombre que había perdido su empleo por ella, el hombre que se había gastado lo poco que le quedaba en un ramo de rosas.
Dejó caer las flores y comenzó a golpearla histérico, ¡ella lo había mirado cientos de veces! ¡Era imposible que no lo recordara! Era una maldita puta malagradecida, fingir no reconocerlo luego de todo lo que había invertido en ella… La golpeó hasta dejarla inconsciente y la introdujo en el maletero de su auto…
Detuvo aquel recuerdo…tomó una pala y fue hacia su jardín, escavó y escavó queriendo convencerse de aquello no podía ser verdad. Los recuerdos atacaron de nuevo, pero eran tan dolorosos que intentaba bloquearlos…
Le había arrancado la ropa y la había violado sobre los costosos cojines egipcios que había comprado mientras ella no dejaba de gritar y llorar, harto le cubrió la cabeza con ellos mientras seguía disfrutando de su cuerpo perfecto y su delicioso aroma, no tardó en darse cuenta de que ella estaba muerta pero poco le importó.
Bailó con su cadáver por toda la habitación y decidió buscar su vestuario entre sus cosas para mejorar ese momento, sin embargo se encontró con algo que terminó de romperle el corazón, su celular tenía una horrible fotografía que la mostraba besando a otro hombre, eso era más de lo que podía tolerar…
La peste que inundó el lugar lo trajo de nuevo al presente y lo que vio en el agujero que había cavado lo hizo gritar, cientos de trozos de carne que parecía haber sido arrancada por un animal salvaje y que apenas podía identificar como un dedo, un pecho, un pie y de pronto se cruzó con un par de ojos verdes sanguinolentos dentro del putrefacto y agusanado rostro de su amada Mariana.


domingo, 11 de febrero de 2018

El peligro de romper un corazón

Oh mi pobre Víctor, mi único y verdadero amor, el único hombre al que en verdad amé. Recuerdo el día en que nos conocimos, nuestras miradas se encontraron en un mágico momento y ambos supimos que éramos el uno para el otro, tras una semana ya compartíamos el mismo lecho cada noche.
            El solía cargarme en sus fuertes brazos y yo me acurrucaba en ellos encantada, me cubría de besos y caricias, y yo respondía como mejor podía. Sin embargo no todo era felicidad, él se sentía superior a mi y era excesivamente posesivo, solía dejarme encerrada en nuestra casa mientras él desaparecía por horas dejándome en soledad y sólo con un plato de asquerosa comida para sobrevivir todo el día.
            A pesar de esto yo lo seguía amando profundamente y procuraba recibirlo cariñosamente, pero a él cada día parecía importarle menos, pasaba horas frente a su laptop apartándome cada vez que me acercaba, ¡cómo me dolía aquello! ¿por qué prefería aquel frío aparato cuando yo estaba ahí, viva y amándolo? Pero permanecí fuerte diciéndome que se le pasaría y volvería a quererme como al principio. ¡Ah, que equivocada estaba!
            Una noche apareció alcoholizado ¡y llevaba consigo una mujer!, me apartó de la cama y comenzó a besuquearla, fue entonces cuando mi corazón se rompió en pedazos y decidí que había tenido suficiente de ese hombre, no hice nada esa noche, mi venganza se serviría fría.
            Esperé hasta la mañana, cuando él se disponía a bajar las escaleras (seguramente para preparar su desayuno) yo hice que se tropezara y rodara por ellas rompiéndose el cuello, podría haberlo soportado todo, los largos días solitarios, la espantosa comida, incluso que él me mirara como su mascota, ¡pero aquella traición no se la perdonaría nunca! Corrí hasta su cadáver y empecé a arañar su rostro con desprecio, ¡te odio, te odio!, quise gritarle, pero sabía que no podría, al menos no en su lenguaje.
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            Rachel salió de la habitación de Víctor al escuchar un terrible estruendo, observó con horror el cuerpo terriblemente torcido de su nuevo novio y contempló con cierta ternura (si es que se podía generar tal sensación en aquella situación) como Romina, su gatita, le arañaba el rostro tratando, a su parecer, de reanimarlo.