miércoles, 29 de enero de 2020

La belleza de la destrucción (parte 1)



¿Alguna vez han estado frente a la presencia de algo tan hermoso que sólo puedan pensar en destruirlo? Sé que han vivido algo similar; ver a un bebé regordete y querer estrujarle las mejillas con fuerza, o amar tanto a alguien que quieres abrazarlo hasta que cada uno de sus huesos truene, ¿lo ven? Ahora no parece tan descabellado.
Amamos destruir la belleza y yo, Iván Zuleta, jamás he visto algo tan hermoso como el rostro de Angélica, un rostro redondeado en el que resaltan unos labios muy carnosos, sus castaños son tan expresivos que jamás pueden ocultar sus emociones, ya sea tristeza, alegría o su tan acostumbrada lascivia. Cada vez que miro aquel rostro perfecto sólo puedo pensar en destrozarlo de tal forma que resulte irreconocible.
Probablemente ya habría cumplido mi deseo si no fuera por mi maldito libido, aquel que me llevó a una relación de un año con ella. No fue algo que haya planeado, no es como si hubiera dicho “Hola, me encantaría pisotear tu cabeza hasta que tu cráneo reviente, ¿quieres ser mi novia?”. A pesar de lo mucho que desconfío a veces de su instinto de supervivencia, dudo que hubiera aceptado. La situación fue bastante peculiar pero no de aquella manera.
 La primera vez que la vi fue en la universidad a la que ambos asistimos, jamás había estado enamorado y jamás había deseado asesinar a alguien, así que me tomó un tiempo descifrar lo que despertaba en mí esa chica. Me bastó con frecuentar los mismos sitios que ella en la escuela para escuchar su nombre, Angélica Vidal, y con eso pude encontrarla en todas sus redes sociales. Por fortuna es una de tantas personas que disfrutan compartiendo cada aspecto de su vida en ellas. Instagram es el paraíso de los voyeristas.
Basándome en numerosas fotografías en las que Angélica no dudaba en compartir su ubicación cada vez que salía y en los objetos que podían verse fuera las ventanas de su casa en sus múltiples selfies, pude ubicar perfectamente la zona en la que vivía. Me pareció adecuado asesinarla cerca de esa área, pues si lo hacía cerca de la universidad era más probable que sospecharan de un compañero o maestro.
Estudié su rutina por semanas, me sorprendió saber que sus precauciones de seguridad eran nulas, casi siempre regresaba sola y a pie a casa, a pesar de las constantes ofertas de sus acompañantes de llevarla o al menos pedirle un taxi, volvía innecesariamente tarde, elegía las rutas más inseguras y constantemente estaba distraída en su teléfono sin importarle la gente o los autos en su camino. Parecía como si no le diera importancia a su vida o si deliberadamente quisiera morir pronto.
La noche en que me decidí a actuar, ella se encontraba fumando en un parque cerca de su casa, al parecer no la dejaban fumar dentro. Estaba de espaldas a mí, llevaba su cabello recogido en una coleta alta y se podía ver su largo cuello. Decidí asfixiarla hasta la muerte para luego destrozar su rostro sin que sus gritos pudieran alertar a sus vecinos, quería tomarme el tiempo de disfrutarlo sin dejar la tarea inconclusa.
Rodeé su delgado cuello con una de mis manos y cubrí su boca con la otra, anticipando que gritaría. Nunca esperé una reacción como la que tuvo. De su garganta no surgió un grito, sino un sonoro gemido de placer mientras retorcía su cuerpo contra el mío, aquello aunado a una inminente erección que se presionaba contra sus nalgas, hizo que sólo la soltara y la apartara de mí.
Angélica giró hacia mí sonrojada y visiblemente excitada, me costaba creerlo, probablemente ella era la única mujer fuera del hentai que podría excitarse en una situación así. Se abalanzó sobre mí, besándome con un fervor que normalmente se reserva para un encuentro que se ha esperado por mucho tiempo. Aquello era sospechosamente bueno y me distraía por completo de la misión original, pero aquella mujer era demasiado sensual y estaba muy cachonda para dejar pasar la oportunidad. Si era una trampa valía la pena caer en ella.
Me arrojó sobre una de las bancas y se sentó sobre mí, colocó mis manos sobre sus nalgas antes de frotar su pelvis contra la mía, podía sentir cómo su vulva se humedecía y empapaba mi pantalón. Jalé su ropa interior hacia un lado, dejándola expuesta, la acaricié con un par de dedos, llenándome de esa deliciosa humedad y sintiendo sus labios hinchados de excitación, mientras ella gemía y pegaba su cuerpo al mío.
Se levantó lo suficiente para abrir el cierre de mi pantalón y liberar una erección que ya resultaba dolorosa, frotó mi glande contra su vulva, prolongando mi sufrimiento, antes de introducirse de golpe mi miembro. Cabalgó exquisitamente sobre mí y yo hice mi mejor esfuerzo por prolongar nuestro placer, pero no logré contenerme más de cinco minutos antes de expulsar tanto semen que pude sentir como se deslizaba sobre nuestros muslos.
A pesar de lo que creí ella parecía más satisfecha que decepcionada. Después aprendí que las reacciones de Angélica siempre eran impredecibles. Mi pene continuaba erecto, así que ella siguió usándolo hasta conseguir un orgasmo, fue una exquisita tortura. Se estremeció unos segundos con la cara hundida en mi hombro y luego me miró con una gran sonrisa para decirme la única palabra que me dirigiría esa noche antes de irse deprisa:
-Gracias.
Se marchó dejándome confuso y ansioso por volverla a ver. No tuve que esperar demasiado pues nos encontramos por casualidad en la Universidad, cuando la mayoría de estudiantes ya estaba saliendo de su última clase. Ella me miró sorprendida y ligeramente avergonzada, pero sin rastro de miedo. Cualquiera pensaría que la estaba acosando, sin embargo, Angélica era demasiado confiada, jamás mostró miedo de mí o de nada.
Tuvimos una incómoda presentación en la que yo me imaginaba desollando su bello rostro y ella no dejaba de mirarme lascivamente. Me visualicé apuñalando su rostro para luego arrancar los pedazos con mis propias manos, estaba tan abstraído que no escuché lo que decía, pero noté que en algún punto había parado de hablar y esperaba una respuesta. Me quedé observándola atontado sin saber qué decir.
-¿Debo interpretar eso como un no? – preguntó decepcionada.
-Disculpa, no escuché tu pregunta.
Ella soltó una risita burlona, se acercó a mí y murmuró:
-Te pregunté que si quieres cogerme en mi salón, tengo una copia de la llave.
Acepté su propuesta sin dudarlo, ella estudiaba arquitectura así que su edificio estaba muy cerca de donde nos encontrábamos. Su salón estaba en el tercer piso y conforme nos acercamos pude notar que la mayoría de las aulas ya estaba vacía y con las luces apagadas, dándole un toque tétrico al edificio. Por fortuna llegamos a su salón sin cruzarnos con nadie y cerramos la puerta con llave.
Pensé en lo fácil que sería asesinarla en ese momento, no había testigos y los salones contiguos estaban vacíos, si no hacíamos demasiado ruido podría lograrlo.
Angélica no perdió el tiempo y se desnudó en segundos, invitándome a hacer lo mismo.  Se sentó sobre el escritorio de profesores con las piernas muy abiertas y me pidió que le diera sexo oral. Su vulva tenía un aroma irresistible y sensual, la lamí con placer mientras imaginaba que la devoraba a grandes mordiscos, sus abundantes fluidos empapándome la barbilla se transformaban en borbotones de sangre en mi mente. Anhelaba destrozarla pero mi sentido común me detenía, sabía que si la asesinaba en aquél lugar era muy probable que fuera descubierto y castigado.
Introduje un par de dedos dentro de su vagina esperando distraerme de la fantasía sangrienta, pero al sentir su cálido interior mi mente divagó de nuevo, ese par de dedos se transformaban en un puño completo que la vapuleaba desde el interior para luego arrancar primero su útero y luego sus intestinos al tiempo que veía su perfecto rostro convertirse en una mueca de horror.
-¡Cógeme! – gritó Angélica extasiada, sacándome del fetiche ero-guro. Yo obedecí como un autómata, me coloqué frente al escritorio y jalé sus caderas hacia mí para introducirle mi miembro con la misma fuerza con la que quería introducirle mi puño.
Los gemidos de Angélica eran tan fuertes que me sorprendió que nadie nos interrumpiera. Intenté cubrirle la boca con una mano, pero ella la tomó para colocarla sobre su garganta, mi erección creció aún más con esto, no sabía si podría contenerme más tiempo, ni de asesinarla, ni de eyacular dentro de ella.
-¡Más fuerte! – exigió, presionando mi mano con más fuerza sobre su cuello. Obedecí, imaginando como su piel se tornaba de un rojo violáceo y cómo sus ojos se inyectaban de sangre al grado de parecer que saldrían de sus órbitas. Con esta imagen en mente descargué mi semen con tal potencia que mi pene se estremeció dentro de su cuerpo. Al abrir los ojos vi el rostro de Angélica se había enrojecido así que la solté de inmediato.