jueves, 14 de junio de 2018

La metamorfosis del sátiro


Para Janeth RL's, ¡feliz cumpleaños! Muchas gracias por tanto apoyo y por animarme a seguir escribiendo.

Aquel día había sido agobiador para él, odiaba el repetitivo y mal pagado trabajo de oficina al que se veía forzado a cumplir cada maldito día por el resto de su vida. Godínez…así los llamaban, resultaba curioso pues ese era precisamente su apellido. El viaje en transporte público era largo y tedioso como siempre, apenas se distraía mirando los cuerpos de las féminas que lo rodeaban, un par de buenas tetas por ahí, unas largas y delgadas piernas por allá, y de pronto un hermoso todo apareció frente a él.
Tenía un cuerpo muy delgado pero ligeramente curveado en las zonas correctas, largo cabello castaño del mismo tono que sus ojos pequeños y felinos, una nariz pequeña y, contrastando con el resto de sus facciones, unos labios bastante carnosos que seguramente debían hacer excelentes felaciones. Su vestimenta era sencilla, pero en aquel cuerpo resultaba provocadora, un ligero vestido con estampado de flores y unas botas militares. No pudo evitar fantasear con arrancarle ese vestido.
No sabía cuánto tiempo había estado observándola pero fue suficiente para que ella lo notara, él le ofreció una sonrisa inocente pero ella sólo le devolvió una mirada de desprecio. Aquello le ocurría frecuentemente y nunca lo había entendido, no era un hombre mal parecido. Culpaba a la nueva ola de feministas que atribuían a los hombres el fracaso de sus miserables vidas, todas eran un montón de esperpentos obesos frustrados por falta de sexo.
El rechazo era algo que Jonathan no toleraba, ni aun de esa sutil manera. Siguió a aquella chica cuando bajó del metro, manteniendo una distancia prudente y cuidando que ella no lo notara, no le costó trabajo, lo había hecho cientos de veces. Amaba esa parte de la cacería, la adrenalina de poder ser descubierto, la incertidumbre de si obtendría su presa.
La calle por la que caminaba era parte de una zona oscura y poco vigilada, era como si lo estuviera provocando. Después de todo, ¿qué clase de mujer caminaba sola por un lugar así?
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella, notó un delicioso perfume frutal que lo incentivó a actuar, la empujó a un callejón abandonado y azotó su cabeza contra una de sus paredes ruinosas, a pesar del aturdimiento, la chica comenzó a gritar y forcejear. Él golpeó su cabeza contra la pared un par de veces más mientras la amenazaba con asesinarla si no se callaba, los gritos se convirtieron en leves sollozos enseguida. Era igual con todas, trataban de parecer muy rudas, pero un poco de fuerza les recordaba quien manda.
Sostuvo sus pequeñas muñecas contra la pared, mientras que con su mano libre apartó su ropa interior; acarició su vulva que, para su decepción, estaba completamente seca, así que escupió en su mano para lubricar su pene antes de penetrarla con fuerza. La poseyó como un demente, mordiendo sus hombros y brazos hasta hacerla sangrar, apretando sus pequeños pechos con tanta fuerza que por un momento creyó que podría arrancárselos. El éxtasis fue delicioso, pudo sentir como su simiente se escurría por las piernas de la chica a pesar de que seguía penetrándola.
Guardó su virilidad, que ahora, en reposo, no era mayor que su dedo pulgar. Miró un último instante a esa chica, ya no había rastro de aquella mirada altiva, todo lo que había en su maltrecho rostro era terror y tristeza; sonrió satisfecho y se fue. Esa noche durmió plácidamente, impregnado del perfume y el sexo de esa chica.
Su buen humor sorprendió a sus compañeros de trabajo al día siguiente, pero no pasó mucho para que esa alegría se esfumara y volviera a la aburrida cotidianidad. Y tan sólo un par de meses para que otra chica llamara su atención, no se consideraba un degenerado ni un adicto sexual, si no un simple hombre que no dejaba pasar una buena oportunidad. En esta ocasión la oportunidad llevaba un diminuto top de tirantes y un short que marcaba su pronunciado y redondo trasero que compensaba su falta total de busto.
Normalmente no cazaba chicas tan cerca de su trabajo, pero era tan hermosa que no pudo evitarlo. Ella caminó por rutas cada vez más solitarias, al parecer era su día de suerte, cuando fue acercándose percibió el mismo perfume frutal de la última chica, quizá era una fragancia de moda, no le dio importancia.
Habían llegado a una zona llena de locales cerrados que probablemente era el sitio favorito de muchos delincuentes, y comenzó a preocuparle perder la cartera, sin embargo, estaba convencido de que en un lugar así nadie se preocuparía por ayudar a su presa. La chica se detuvo frente a la entrada de una casa abandonada y viró abruptamente hacia él dirigiéndole una amplia y pícara sonrisa.
-Hola, sé que has estado siguiéndome y también sé porque lo haces.
Esa situación le resultaba extraña, ninguna de sus presas había reaccionado así, negó la afirmación y pensó en abandonar la misión de esa noche, pero la chica era tan atractiva que le costaba dejarla ir tan fácil.
-¿En serio? Y yo que creí que me deseabas, que querías esto –dijo mientras se quitaba los tirantes y dejaba a la vista sus pequeños pechos, no sabía si se trataba de la ilusión de la minoría de edad, o lo estilizados que lucían unos pequeños pechos respingados, pero el busto de pre púber siempre lo había excitado en demasía.
Se acercó a ella, deseoso de arrancarle el resto de la blusa, pero ella volvió a ponerse los tirantes y corrió juguetonamente al interior de la casa. No estaba seguro de poder darle ese nombre, pues se encontraba en ruinas, con varias ventanas rotas y sin luz, debía estar llena de vagabundos y drogadictos, pero poco le importaba con tal de poseer a esa rubia.
Caminó entre las penumbras guiándose con la tenue luz de su teléfono y la voz de la chica que lo invitaba a buscarla. Distinguió un fulgor debajo de una puerta y supo que la había hallado, entró a la habitación y lo recibió con esa sonrisa coqueta, estaba sentada sobre un colchón viejo y sucio, Jonathan comenzó a sospechar que ese era su modus operandi y que quizá ya había traído a cientos de hombres a follársela sobre ese asqueroso colchón, nunca fallaba su instinto para reconocer a las mujerzuelas. Si aquello era lo que quería, se lo daría con mucho gusto. Se bajó la bragueta, pero no tuvo tiempo de hacer otro movimiento pues un golpe repentino lo dejó inconsciente.
Cuando despertó se dio cuenta de que estaba atado y que tenía una especie de mordaza metálica, la luz era tan tenue que le costó distinguir donde se encontraba, parecía un taller de carpintería. De nuevo percibió el perfume frutal, y pensó que aquella perra debía ser muy pervertida para hacer ese tipo de juegos. Pero quien apareció frente a él no fue la rubia, sino un esperpento con la cara llena de cicatrices, aunque no tenía mal cuerpo, podría follársela desde atrás sin dudarlo.
-Hola Jonathan, ¿me recuerdas? –al sonreír, su maltrecho rostro lucía tétrico, como la villana de alguna telenovela. La miró detenidamente pero no pudo reconocerla, así que negó con la cabeza y forcejeó para soltarse, no sabía de qué se trataba aquello y en definitiva no le interesaba.
-¿Seguro? Nos conocimos hace pocos meses.
-Recordaría una cara tan fea –dijo él, luego de quitarse la mordaza- ¿Quién eres y qué quieres? No tengo tiempo para esta mierda.
-Qué pena, eso debiste haber pensado antes de atacarme en el callejón -ni siquiera eso logró que la recordara, había poseído a decenas de chicas y muy pocas perduraban en su memoria- Veo que de verdad no me recuerdas, no hay problema, haré que no vuelvas a olvidarme. Hace algunos meses dejaste algo conmigo y quiero devolvértelo, no, no es tu cartera, no te entusiasmes, esa la tiré hace mucho. Esto es lo que quiero darte –dijo enseñándole un frasco lleno de un líquido amarillento en el que flotaba una amorfa masa rojiza.
-¿Qué es esa mierda?
-Considerando que tiene la mitad de tu ADN seguramente sí es una mierda, aunque el nombre apropiado es feto. Me tardé un poco en descubrirlo y decidí guardarlo para ti, obviamente no iba a conservarlo, ¿quién querría un hijo que se pareciera a ti?
-¿Y a mí que mierda me importa?
-Qué léxico tan pobre tienes –pronunció decepcionada, miró el frasco y continuó- esto no es opcional.
Ella manipuló el aparato que le había puesto en la boca, haciendo que la abriera en contra de su voluntad e imposibilitándolo para cerrarla. Puso el contenido del frasco en una licuadora y lo mezcló hasta convertirlo en una papilla asquerosa.
-¿No se ve delicioso? -preguntó poniéndolo frente a su rostro- no te preocupes por el líquido, es sólo agua, no pretendo matarte. Por ahora.
Introdujo un embudo hasta su garganta y vertió la pasta en ella, Jonathan forcejeó, pero apenas pudo moverse, sintió esa sustancia fétida y grumosa bajando por su garganta sin poder hacer nada más que tragar, no pudo contener su impulso de vomitar y percibió el sabor de la bilis mezclándose con el feto destrozado, tuvo que tragarlo todo para evitar ahogarse.
En cuanto pudo hacerlo, gritó todos los improperios y amenazas que conocía, mientras la chica lo miraba serenamente.
-Ah, relájate. Ese fue sólo el principio. Cuando te vi semanas después de que abusaras de mí, me pregunté porque eras un maldito violador. Ciertamente no eres atractivo, pero tampoco eres un esperpento, eso me conflictúa un poco, ¿sabes? Alguna chica podría llegar a pensar que sólo eres un retraído social y no una basura inmunda. Así que haré que te veas como el monstruo que realmente eres.
El proceso de transformación fue largo y doloroso, pero de acuerdo a ella, necesario. Comenzó con
sus dientes, con la ayuda de un pequeño cincel y un martillo, los fue rompiendo para darles un aspecto puntiagudo, la sangre brotaba a borbotones desde sus encías y él no paraba de agitarse y gritar, causando que ella fallara y terminara rompiendo la mayoría del diente o perforando su lengua.
La chica se limpió las manos en la camisa de Jonathan antes de tomar una aguja e hilo grueso, que utilizó para coserle los dedos de las manos en pares, omitiendo los pulgares. El trabajo resultó ser más difícil de lo que esperaba, así que tuvo que usar unas pinzas para poder penetrar la piel a profundidad y lograr que los dedos quedaran bien unidos. Le cortó los pulgares con tijeras para podar, pero quedó inconforme con el resultado. Esas manos aún lucían muy humanas. Utilizó un soldador eléctrico sobre cada par de dedos, hasta que ese pedazo de carne chamuscada perdió toda forma y división.
Lo miró aún insatisfecha, y volvió con el martillo sólo para destrozarle una de las rodillas. Para ese entonces Jonathan ya estaba afónico de tanto gritar, pero con una voz apagada y rasposa consiguió rogarle que se detuviera, prometió no volver a tocar a una mujer en su vida, lloró y suplicó como un bebé, retorciéndose de dolor.
-No necesito tus promesas, voy a asegurarme de que no te queden ganas ni si quiera de pensar en una mujer desnuda por el resto de tu triste y corta vida.
Tras decir eso, vertió aceite hirviendo sobre su cabeza. Él gritó desesperadamente sintiendo como su piel ardía y se llenaba de ampollas hasta que por fin se desmayó de dolor.
Despertó en un callejón abandonado, su cuerpo se sentía como si hubiera vuelto del infierno, trató de ponerse en pie, pero el dolor era demasiado fuerte. Se arrastró fuera del callejón buscando ayuda, pero las personas sólo lo miraban con miedo y asco, huyendo de él. Cuando, después de 3 horas, alguien por fin alertó a la policía, él se encontraba deshidratado y apenas consiente.
Se sintió avergonzado de admitir que una mujer le había hecho eso, así que le dijo a la policía que había sido víctima de un psicópata, les dio la descripción de su padre (un verdadero maniaco muerto hace más de una década). Para su fortuna, la empresa en la que trabaja buscaba ser “incluyente” y claro, recibir publicidad gratuita, así que aceptaron que volviera a trabajar a pesar de su desagradable apariencia. Incluso lo reubicaron a una oficina donde los visitantes lo pudieran ver, todas aquellas miradas de curiosidad y asco lo hacían sentir como un animal en un zoológico.
Sin embargo lo entendía, el aceite le había dejado horribles marcas en todo el rostro y torso, su manos parecían un par de patas de cerdo, y no podía evitar cojear a pesar de las múltiples cirugías que le realizaron. Él mismo admitía que parecía un monstruo. Esa perra había logrado su cometido.
Pero ni aquel dolor y humillación habían matado su libido y su pasión por las mujeres, simplemente no podía dejar de desearlas, era un hombre y tenía necesidades, ¿eso era tan difícil de comprender? La paranoia lo invadió al comienzo, creía que todas las mujeres lo miraban sospechosamente e incluso había llegado a ver a otros hombres con lesiones similares a las suyas, ¿acaso esa loca se había convertido en una torturadora de hombres serial? Malditas feministas, iban a llevar el mundo al carajo.

Al principio se conformaba con contemplar a las más bellas féminas a su alrededor y autocomplacerse discretamente, pero eso no le bastaba, necesitaba la adrenalina de la cacería.
Sus primeros intentos de retomar su hobbie fueron frustrantes, era demasiado lento y ruidoso. Aunque no tardó en descubrir que tenía una nueva arma, la lástima. A pesar de que la mayoría de las personas lo despreciaban, había unos cuantos que sentían pena por él, gente que se acercaba a ofrecerle ayuda. Por lo tanto decidió actuar como un hombre desvalido y esperar a que cayeran en su trampa. Y aunque era fácil conseguir que algunas chicas se acercaran a él, no lograba más que frotar su pechos o vulva antes de que huyeran o le propinaran una paliza.
Una noche se le apareció un hermoso ángel de la larga cabellera negra y tez morena, supo que debía ser suya, a como diera lugar. Se acercó a pedirle ayuda y ella aceptó sin dudarlo, cuando le tendió su brazo para que se apoyara, pudo percibir el aroma frutal del día en el que se convirtió en ese monstruo, sintió un escalofrío, su pulso se aceleró al recordar ese doloroso día pero terminó cediendo a la adrenalina. Seguramente sólo era una coincidencia.
La condujo al punto más solitario de esa calle y la sujetó fuertemente con ambos brazos, besó su cuello y pechos con desesperación, habían pasado meses desde la última vez que degustaba el delicioso sabor de una mujer, su erección era tan fuerte que sabía que eyacularía en cuanto la penetrara. La miró directo al rostro esperando ver una expresión angustiada y lágrimas de desesperación, pero en cambio ella sonreía y soltó una fuerte carcajada cuando él pasó de la excitación a la confusión.
-Eres incorregible, ¿verdad, Jonathan? –le dijo ella usando el mismo tono que la deforme mujer que lo había atacado. Se alejó de ella y empezó a mirar paranoicamente a su alrededor.- ¿Buscas a alguien? –preguntó burlonamente.
Cojeó lo más rápido que le permitía su rodilla mal reconstruida, no sabía qué estaba ocurriendo pero no le interesaba averiguarlo.
-¿Por qué te vas, Jonathan? Sólo queremos divertirnos contigo. ¿No es lo que querías?
No consiguió alejarse más de una cuadra cuando la mujer deforme apareció frente a él.
-Realmente esperaba que cambiaras de actitud con tu castigo, pero tal parece que no tienes remedio.
Miró alrededor y vio a un grupo de mujeres que lo observaban y se acercaban a él. En su condición de inválido no les costó cubrirle el rostro con una bolsa negra y atarlo, para luego meterlo a la cajuela de un auto. Cuando le quitaron la bolsa vio que estaba en la misma habitación que antes, qué predecible. Sabía que iban a asesinarlo y no le importaba, prefería la muerte a seguir viviendo en ese deplorable estado.
Pero el plan de esas mujeres era completamente diferente.
Le colocaron un torniquete en cada muñeca, y con un cuchillo eléctrico le cortaron ambas manos, a pesar de los torniquetes, la sangre brotó abundantemente de las heridas. Jonathan no sabía si era el dolor o la impresión de ver sus extremidades desprendidas, pero estuvo a punto de desmayarse hasta que lo despertaron con una paliza. El proceso de transformación apenas comenzaba.
Suturaron sus muñones y cosieron un par de patas de cabra a ellos, él sólo pudo pensar que jamás podría volver a sentir la suavidad de un exquisito cuerpo femenino, no podría presionar unos suaves pechos ni palmear un trasero, no sólo por la falta de manos, sino porque ninguna mujer se acercaría a él con ese aspecto. No pudo evitar soltar algunas lágrimas, que sólo hicieron reír a sus captoras. La primera vez había resultado toleraba, sólo era torturado por la arpía deforme, pero ahora, con todas esas mujeres burlándose de él se sentía completamente humillado. ¿Qué hacían todas ellas ahí? ¿Por qué les divertía tanto su situación?
Una chica de cabello corto castaño jaló su lengua y la cortó en dos, jugueteando animadamente con los dos pedazos y aumentando su dolor, hasta que la arpía la reprendió por desperdiciar el tiempo. Dos chicas se colocaron a cada lado de él, sujetando desarmadores, aquello fue lo último que pudo ver pues los clavaron directamente en sus globos oculares, los clavaron una y otra vez destrozándolos y sacaron los restos con pinzas. En su lugar insertaron un par de canicas de color rojo brillante. Dándole un aspecto macabro.
Jonathan ya no podía verlas, pero sintió como le engraparon la piel de algún animal alrededor de las piernas, dejando sólo su entrepierna al descubierto.
-Cortarlo sería demasiado sencillo –dijo la arpía mientras sostenía su flácido miembro en la mano-  eliminaría tu deseo por completo y no es lo que nos interesa. Queremos que sientas ese deseo y que no puedas satisfacerlo nunca.
Tras decir eso le adhirió un par de grandes cuernos en la frente, con pegamento industrial, por supuesto que no quedaron simétricos al primer intento, así que tuvo que arrancar uno de ellos (con un poco de piel que se había fijado) y colocarlo en la posición perfecta.
Volvieron a subirlo al automóvil y lo arrojaron a la calle como si fuera una bolsa de basura, estaba ciego y el dolor en la lengua le impedía pronunciar vocablos coherentes. Parecía un sátiro infernal salido de alguna pesadilla. Escuchaba a la gente que huía de él y producía sonidos de desagrado. Pudo notar que un grupo se juntó cerca de él para burlarse y fotografiarlo. Alguien lo jaló de los cuernos y lo hizo girar, él trató de defenderse inútilmente, pero terminó tirado en el suelo, gimiendo de dolor y sin poder producir lágrimas.
No supo cuánto tiempo estuvo tirado congelándose en esa noche invernal, pero sintió que fue una eternidad. Supo que sus heridas se habían infectado cuando la fiebre se apoderó de él y sintió que la muerte por fin llegaría por él.
Para su infortunio, despertó nuevamente, por el olor estéril y los sonidos de la maquinaria, supo que estaba en un hospital. Pronto un doctor le dijo que tuvieron que amputarle los antebrazos debido a la fuerte infección que las partes animales le habían causado. Le habían extraído las canicas y retirado la piel de caballo, la cual había causado el menor daño a pesar de que había atraído larvas que empezaron a devorar su piel.
Después de pagar la cuenta del hospital quedó en bancarrota, y al resultar completamente inútil para la compañía en su estado actual, fue despedido con una mísera liquidación. No le interesaba continuar con esa vida, ahora no podía ni refugiarse en la visión de la belleza femenina, ni mucho menos desahogarse con placeres solitarios, un solo intento infructuoso le había bastado para saber que no funcionaría. Por lo tanto decidió ponerle fin, de la forma más simple que le permitían sus limitaciones, saltando por la ventana. Ya que vivía en el sexto piso de un gran edificio, no veía falla en su plan.
Abrió el gran ventanal de su cuarto, se sentó sobre la cornisa tomando valor, sintiendo por última vez el viento en su rostro y anhelando la libertad que le proporcionaría la muerte, se puso de pie y saltó. Pero contrario a lo que esperaba, cayó sobre una superficie blanda muy cercana a la ventana, para luego ser llevado de vuelta al departamento por unos brazos desconocidos y una fragancia odiosamente familiar que invadía el ambiente.
-¿De verdad creíste que iba a ser tan fácil? Ese sería un final demasiado rápido para ti, y queremos verte sufrir. Nos hemos adelantado a cada idea que pudieras tener, y te estaremos vigilando a cada momento.
-¿Soy tan importante en sus miserables vidas? Sólo déjenme morir, locas de mierda –dijo mientras manoteaba hacia todas direcciones, esperando alcanzar al menos a una de ellas.
-No, querido…Aún no has sufrido lo suficiente, necesitamos que sufras mucho más. Estamos hartas de la escoria como tú, así que nos unimos para castigarlos como se merecen.
-No pueden hacer esto por siempre, alguien las va a descubrir y van a terminar todas en prisión. Putas lesbianas dementes.
Una sonora risa colectiva llenó la habitación, aquello lo atemorizó, ¿cuántas eran? ¿10, 20?
-No tienes idea del alcance que tiene nuestra organización, estamos en todas partes, en los restaurantes, las escuelas, la policía, el gobierno, y por supuesto, tenemos a alguien en tu trabajo, perdón, en tu ex-trabajo, ¿cómo crees que te encontramos? Así que no te preocupes por nosotras, sabemos cuidarnos.
Las mujeres dejaron su hogar, no sin antes propinarle una paliza y dejarle bien claro que eso sería lo que ocurriría cada vez que intentara quitarse la vida. Desde aquel día, Jonathan no volvió a tener un día de paz, caminaba cautelosamente por las calles, se estremecía al percibir esa maldita fragancia frutal, huía al escuchar voces femeninas y sentía desconfianza de las mujeres que se acercaban a ofrecerle comida o dinero. Trató de quitarse la vida un par de veces más, sólo para confirmar que le sería imposible concretarlo y que sólo se ganaría una golpiza de la que no podría recuperarse en días.
Se acostó en la cama de su fétido apartamento, del que no había podido echarlo aún, y lloriqueo en soledad, si es que realmente estaba solo.

domingo, 25 de febrero de 2018

La bailarina


Nadie podría negar que Israel era un hombre exitoso y adinerado, tenía un excelente trabajo en el que ganaba mucho más de lo que necesitaba un hombre soltero de su edad para sobrevivir, sin embargo su empleo era tan absorbente que apenas tenía tiempo para otra cosa convirtiéndolo en un ser sumamente solitario; el único ser vivo con el que cruzaba más de dos palabras era su grisáceo gato, Renato.
Siempre era la misma rutina, trabajar todo el día como un autómata y regresar por las noches al vacío de su casa, el exagerado orden que mantenía en ella aumentaba la frialdad del lugar y la sensación de que nadie habitaba ese lugar.
Una noche mientras se distraía viendo “El vengador del futuro” –la versión original pues el remake le había parecido una bazofia- le sorprendió recibir una llamada, creyó que se trataría de un número erróneo o quizá un encuestador pero contrario a eso escuchó una voz familiar. Se trataba del único amigo que aún conservaba y que le pedía ir con él a conocer un nuevo bar arabesco, al principio se negó pero la insistencia de aquel hombre y su necesidad de distraerse lo hicieron cambiar de opinión.
El lugar tenía más aspecto de harem que de bar, con cojines por doquier, largas cortinas que dividían las zonas del lugar y hermosas meseras con trajes que lo hacían pensar en “Mi bella genio”; a Israel le pareció que la idea había sido buena después de todo.
Bebieron varios tragos y fumaron desde la hookah que les proporcionó una de las Sherezadas actualizándose en lo que habían hecho en el año que no se habían visto, su interlocutor le habló sobre los viajes que había realizado y las numerosas conquistas que había dejado en cada país; lo único que tenía Israel para contar eran anécdotas laborales y hazañas de su gato así que le alegró que su conversación fuera interrumpida por un cambio en la música y una serie de luces que se posaron sobre una figura femenina.
Su descomunal belleza y la iluminación la hacían parecer como algo irreal, un ser divino, Israel no supo cómo asimilar tal perfección, iba descalza con una pulsera dorada en el tobillo derecho, portaba una vaporosa falda de tela semi transparente que parecían flotar a su alrededor, sobre el pecho llevaba un sostén dorado con intrincados grabados en él, enroscado en su brazo izquierdo había un brazalete con forma de serpiente, todo su cuerpo lucía tan suave que creaba la ilusión de no tener huesos, efecto que se maximizaba con su baile que ninguna mujer con un esqueleto podría lograr.
Pero lo más impactante de aquella mujer era sin duda alguna su rostro, poseía unos enormes ojos verdes enmarcados por largas pestañas negras y unos seductores labios color cereza. Si bien Israel era poco sociable, al ser mirado por aquella mujer olvidó por completo como pronunciar cualquier palabra y cuando ella pasó junto a él contoneándose y regalándole su aroma a jazmín supo que estaba perdido.
Deseaba conocerla, saber su nombre, sus gustos, sus odios, hundir su rostro en su cabellera olor a jazmín y descubrir la sensación de besar aquellos labios. Pero aquella noche estaba tan absorto en contemplarla que no pudo hacer nada más, al terminar el espectáculo él se perdió en sus pensamientos, imaginando la mejor forma de hablar con ella pero cuando hubo ideado un plan no pudo encontrarla por ningún lado y lo único que consiguió fue su nombre: Mariana.
Mariana, Mariana, Mariana, no podía sacarse el nombre y mucho menos la imagen de la cabeza, se sentía como un adolescente imbécil, no podía concentrarse en su trabajo y terminó llenando cientos de celdas de Excel con aquel nombre. Supo que tendría que volver a aquel bar y hablar con ella o jamás conseguiría concentrarse de nuevo.
Volvió noche tras noche, pero la imponente presencia de esa diosa oriental le impedía siquiera acercarse, no podía más que seguir contemplándola y entumecer su mente con el alcohol que los meseros no dejaban de ofrecerle.
La obsesión se extendió más allá de aquellas noches, comenzó a preparar una habitación para ella, decorándolo con ese mismo estilo árabe del bar, compró cientos de telas de seda china, perfumes exóticos, enormes representaciones de Shiva, numerosos cojines bordados y todo lo que le recordara aunque fuera remotamente a su bailarina. Entre aquél paraíso arabesco no le costaba imaginar a Mariana danzando para él.
Descuidó su trabajo, prefería permanecer en aquel cuarto entre el incienso y la abigarrada decoración que pasar el día en un frío cubículo, su jefe terminó por despedirlo pero poco le importó, aún tenía bastante dinero ahorrado y podía buscar otro empleo.
Una noche soñó con su hermosa bellydancer, pero no fue un sueño como lo demás, ¡fue tan vívido! En él Mariana no se contoneaba para él, ni siquiera llevaba su vestuario habitual, estaba fuera del bar y él se acercaba a hablarle con un ramo de rosas, ella sonreía con sus aperlados dientes y entonces el sueño terminaba. ¡No! ¡Aquello no podía terminar ahí! Tomó ese sueño como una señal de que había llegado el momento de hablar con ella y si se lo permitía, mostrarle el hermoso lugar que había creado para los dos.
Compró un gigantesco ramo de rosas, tal como en su sueño y se dirigió al bar, a pocas calles de llegar tuvo un horrible presentimiento sin saber porque, caminó cada vez más rápido sin poder tranquilizarse.
Era exactamente la hora en la que Mariana se encontraba bailando, sin embargo ella no se veía por ningún lado, preguntó por ella y los meseros le respondieron tristemente que no sabían nada de ella desde la noche anterior.
Aquello no significaba nada…ella tal vez se tomó el día, quizá había salido con alguna amiga o quizá con un novio… ¡No! La idea de verla con otro hombre era aún más horrible que la idea de no volver a verla jamás… Pero él estaba seguro de que no era eso, sino de que algo terrible le había ocurrido. Aun así volvió noche tras noche esperando volver a verla sin éxito, tras un par de semanas se rindió y se recluyó en su casa, entre todas aquellas cosas que le recodaban a Mariana y se imaginaba que ahí estaba ella, danzando para él con su hermosa sonrisa.
Un día creyó que su locura había alcanzado un nuevo nivel pues escuchó vívidamente el característico tintineo de la chica bailando, se paró abruptamente esperando verla pero lo único que vio fue a su gato Renato jugando con un objeto brillante que tintineaba, se acercó para quitárselo y miró aterrado que se trataba de la pulsera que Mariana portaba en el tobillo, no podía equivocarse, la había mirado cientos de veces, sin embargo se encontraba cubierta de una capa de tierra…
Entonces todo volvió a su mente.
Aquél no había sido un sueño, él realmente se había presentado con un ramo de rosas, Mariana ya había terminado su espectáculo, se había cambiado de ropa y se dirigía a su hogar, él acercó a ella y le ofreció las rosas, entonces ella sonrió extrañada y pronunció esas horribles palabras que lo sacaron de quicio:
-¿Te conozco?
¡¿Qué si lo conocía?! ¡A él! El hombre que había asistido a diario a verla bailar los últimos meses, el hombre que había modificado su casa para construirle un paraíso arabesco, el hombre que había perdido su empleo por ella, el hombre que se había gastado lo poco que le quedaba en un ramo de rosas.
Dejó caer las flores y comenzó a golpearla histérico, ¡ella lo había mirado cientos de veces! ¡Era imposible que no lo recordara! Era una maldita puta malagradecida, fingir no reconocerlo luego de todo lo que había invertido en ella… La golpeó hasta dejarla inconsciente y la introdujo en el maletero de su auto…
Detuvo aquel recuerdo…tomó una pala y fue hacia su jardín, escavó y escavó queriendo convencerse de aquello no podía ser verdad. Los recuerdos atacaron de nuevo, pero eran tan dolorosos que intentaba bloquearlos…
Le había arrancado la ropa y la había violado sobre los costosos cojines egipcios que había comprado mientras ella no dejaba de gritar y llorar, harto le cubrió la cabeza con ellos mientras seguía disfrutando de su cuerpo perfecto y su delicioso aroma, no tardó en darse cuenta de que ella estaba muerta pero poco le importó.
Bailó con su cadáver por toda la habitación y decidió buscar su vestuario entre sus cosas para mejorar ese momento, sin embargo se encontró con algo que terminó de romperle el corazón, su celular tenía una horrible fotografía que la mostraba besando a otro hombre, eso era más de lo que podía tolerar…
La peste que inundó el lugar lo trajo de nuevo al presente y lo que vio en el agujero que había cavado lo hizo gritar, cientos de trozos de carne que parecía haber sido arrancada por un animal salvaje y que apenas podía identificar como un dedo, un pecho, un pie y de pronto se cruzó con un par de ojos verdes sanguinolentos dentro del putrefacto y agusanado rostro de su amada Mariana.


domingo, 11 de febrero de 2018

El peligro de romper un corazón

Oh mi pobre Víctor, mi único y verdadero amor, el único hombre al que en verdad amé. Recuerdo el día en que nos conocimos, nuestras miradas se encontraron en un mágico momento y ambos supimos que éramos el uno para el otro, tras una semana ya compartíamos el mismo lecho cada noche.
            El solía cargarme en sus fuertes brazos y yo me acurrucaba en ellos encantada, me cubría de besos y caricias, y yo respondía como mejor podía. Sin embargo no todo era felicidad, él se sentía superior a mi y era excesivamente posesivo, solía dejarme encerrada en nuestra casa mientras él desaparecía por horas dejándome en soledad y sólo con un plato de asquerosa comida para sobrevivir todo el día.
            A pesar de esto yo lo seguía amando profundamente y procuraba recibirlo cariñosamente, pero a él cada día parecía importarle menos, pasaba horas frente a su laptop apartándome cada vez que me acercaba, ¡cómo me dolía aquello! ¿por qué prefería aquel frío aparato cuando yo estaba ahí, viva y amándolo? Pero permanecí fuerte diciéndome que se le pasaría y volvería a quererme como al principio. ¡Ah, que equivocada estaba!
            Una noche apareció alcoholizado ¡y llevaba consigo una mujer!, me apartó de la cama y comenzó a besuquearla, fue entonces cuando mi corazón se rompió en pedazos y decidí que había tenido suficiente de ese hombre, no hice nada esa noche, mi venganza se serviría fría.
            Esperé hasta la mañana, cuando él se disponía a bajar las escaleras (seguramente para preparar su desayuno) yo hice que se tropezara y rodara por ellas rompiéndose el cuello, podría haberlo soportado todo, los largos días solitarios, la espantosa comida, incluso que él me mirara como su mascota, ¡pero aquella traición no se la perdonaría nunca! Corrí hasta su cadáver y empecé a arañar su rostro con desprecio, ¡te odio, te odio!, quise gritarle, pero sabía que no podría, al menos no en su lenguaje.
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            Rachel salió de la habitación de Víctor al escuchar un terrible estruendo, observó con horror el cuerpo terriblemente torcido de su nuevo novio y contempló con cierta ternura (si es que se podía generar tal sensación en aquella situación) como Romina, su gatita, le arañaba el rostro tratando, a su parecer, de reanimarlo.


miércoles, 24 de enero de 2018

El cuadro de la muñeca rota



-Este cuadro es simplemente impresionante, resulta bastante realista a pesar de ser casi monocromático. ¿Se inspiró en una chica real? ¡Es hermosa! – Alababa una joven al pintor principal de una exposición de arte moderno, había esperado toda la noche a que la gente se disipara un poco y así poder hablar con él. El cuadro en cuestión mostraba a una chica de cabello corto, enormes ojos y pequeños pero sensuales labios, todo en un tono rojo amarillento con ligeros toques en negro, a la mujer le recordó a una muñeca japonesa.
-Era…ella…murió recientemente – respondió con melancolía el pintor.
-Oh, cuánto lo siento, ¿eran muy cercanos?
-Lo nuestro era algo complicado y no creo que quiera escuchar la tediosa historia.
-Desde que entré a aquí esta pintura me atrajo demasiado, el rostro de la chica a primera vista luce inexpresivo pero al mirar sus ojos puedes notar dolor, tristeza y aun así sigue teniendo una belleza escalofriante, por favor, necesito saber un poco más de ella.
-Marion, su nombre era Marion…Y puedo decirte que no era un ser terrenal, sus pasos eran tan livianos y gráciles que parecía flotar, una mirada de sus hermosos ojos grises podía hacer que cualquiera olvidara cómo articular palabras adecuadamente y cuándo sonreía, lo que no ocurría a menudo, no había criatura alguna que pudiera igualar su belleza.
-¿Entonces por qué no la dibujó sonriendo? – preguntó insolentemente la joven. El pintor perdió su aire soñador y su rostro se transformó en una mueca de frustración y enojo.
-¡Por qué jamás pude hacerla sonreír! Lo intenté, lo intenté cientos de veces y jamás lo conseguí…
-Discúlpeme…veo que es un asunto incómodo para usted, mejor hábleme del momento en que realizó la pintura.
-¡Ah! Ese día… - pronunció el artista recobrando su aire soñador con una sonrisa torcida en los labios – Ese día invité a Marion a mi casa para pintarla, ella conocía mi trabajo y la idea le agradó, sin embargo por más que intentaba sacarle esa radiante sonrisa no podía conseguirlo. Y tras indagar un poco conocí la triste historia tras ese hermoso rostro, abuso sexual, adicción a las drogas, ideas suicidas…
››Hubiera querido ayudar a esa preciosa muñeca rota pero al ver su rostro de cerca supe que ya era tarde, diminutas arrugas se posaban ya junto a sus ojos, sus labios, era sólo cuestión de tiempo para que su magnificencia se fuera al demonio, y con su ritmo de vida ocurriría pronto. ¡Demasiado pronto! Yo no soportaría verla convertida en una drogadicta acabada, perdería un trozo de mi alma cada vez que la viera convertida en una sombra de la hermosa criatura que tenía frente a mí. No, el mundo necesitaba a Marion resplandeciente, irradiando belleza como siempre. Así que tomé un cuchillo y lo clavé en su pecho, ella murió casi al instante, sin siquiera luchar, tú dices ver tristeza en esos ojos, lo que yo vi fue agradecimiento.
››Sabía que su cuerpo se pudriría con rapidez así que decidí conservarla de la mejor forma que podía, pintándola. Y qué mejor que hacerlo con ese hermoso tono escarlata que fluía de su cuerpo angelical, cuando no hubo más sangre en la herida desnudé su delgado cuerpo, tomé el cuchillo y lo abrí de par en par encontrando más de esa magnífica tinta, aquél cascarón no me interesaba, lo único que siempre me importó fue su belleza sobrehumana.
››Pinté su rostro, al que la muerte parecía haberle devuelto su belleza original, su piel lucía más pálida, sus labios más rojos y sus ojos hermosamente más grandes y brillantes, el cuadro recién terminado era perfecto, sin embargo había un problema… - hizo una pequeña pausa, miró a la chica que se encontraba aterrada y que hubiera corrido si en ese instante él no la hubiera sujetado fuertemente con ambos brazos – ese bellísimo tono rojizo cambia cuando se seca y debo renovarlo – tras pronunciar estas palabras le cortó la garganta a aquella joven colocando enseguida un frasco frente a ella. Esa noche retocaría la pintura, aún debía ser expuesta en varias ciudades más.


miércoles, 10 de enero de 2018

Comida de gusanos

La belleza puede resultar un gran don o una gran maldición, Diana creía en la primera opción pues gracias a su gran belleza física conseguía todo cuanto quería; sabía que con una coqueta mirada de sus grandes ojos color miel y dulcificando su tono de voz nadie podía negarle nada en absoluto, ni sus compañeros, ni sus maestros, ni sus familiares. Sólo unas cuantas compañeras que la miraban con recelo y algunos pretendientes desdeñados opacaban momentáneamente su mundo de ensueño sin que ella les diera demasiada importancia.
            A menudo recibía obsequios por parte de admiradores de toda la secundaria con alguna nota de tintes románticos, por lo tanto no se sorprendió una mañana cuando encontró una vaquita de peluche sobre su pupitre con una nota en la que se leía: "Para la mujer más hermosa de la escuela". Con aquella frase era innegable que el obsequio había llegado al destinatario correcto, interrogó a sus compañeros pero nadie sabía quien lo había llevado.
            Diana asumió que en algún momento él susodicho aparecería y decidió conservar el regalo, era una vaquita muy simpática, con ojos saltones y una amplia sonrisa, además de una pequeña campana que le colgaba del cuello. Las vacas eran su animal de felpa predilecto y además la habían rociado de un perfume que olía delicioso. Hacía ya un lustro que no dormía con peluches pero aquella vaca le pareció irresistible, con su gracioso rostro y su aroma, así que decidió compartir su lecho con ella.
            La mañana siguiente se dirigió entusiastamente a la escuela esperando descubrir quien le había dado ese excelente obsequio, sin embargo su admirador no apareció ni volvió a dejarle un presente, ni siquiera una simple nota; se sintió ligeramente decepcionada pero siguió sin preocuparle, le había gustado el obsequio y era todo lo que importaba.
            De regreso a casa miró de reojo una figura oscura que parecía seguirla, sin embargo cuando viró hacia ese dirección no había nadie. No le sorprendía que alguien la siguiera, ella era muy bella y seguro se trataba de uno de sus tantos admiradores, así que rápidamente se olvidó del asunto.
            Por la noche volvió a dormir junto a su peluche de agradable aroma, pero algo la despertó abruptamente a mitad de la noche, una de las orejas de la vaca rozaba con su frente produciéndole escozor; abrió los ojos con espanto dándose cuenta de que la vaca se había movido sola, quiso convencerse de que lo había imaginado, se apartó un poco del peluche y éste volvió a tambalearse sin justificación lógica, aterrada, Diana lanzó el peluche tan lejos como pudo y se cubrió completamente con sus cobijas.
            Intentó dormir, olvidarse de aquello y despertar al día siguiente recordándolo como una pesadilla tonta, pero el tintineo de la campana que pendía del cuello de la vaca le recordaba que aquello era real y que el peluche seguía moviéndose.
            Aunado a su miedo estaba el escozor en la frente que se extendió por todo su cuerpo como si aquel objeto estuviera contaminado, ella creyó que sólo se trataba de ansiedad, que debía calmarse y encontrarle una explicación lógica a aquello, se armó de valor y se quitó de encima las cobijas, después de todo controlar a un peluche poseído de treinta centímetros no debía ser tan complicado.
            Descendió de su cama y lentamente se acercó a la vaca que seguía tambaleándose en el suelo con su boba expresión en el rostro, la movió con el pie manteniendo su distancia lo más que pudo, al no observar ninguna reacción en el objeto decidió acercarse, no observó nada extraño en él así que optó por quitarle la campana para detener el molesto ruido y se desharía de él por la mañana.
            Justo cuando estaba quitándosela volvió a mirar una silueta oscura a su lado, asustada volteó hacia esa dirección pero nuevamente no había nadie ni nada que coincidiera con la figura, miró por toda su habitación pero no había nada inusual, de nuevo comenzó a sentirse nerviosa y no dejaba de mirar hacia todas direcciones hasta que sintió un cosquilleo en la mano con la que aún sostenía a la vaca, bajó la mirada y contempló con pavor que en el lugar que antes ocupaba la campana se encontraba un orificio de donde estaban emergiendo decenas de pequeños gusanos blancos, instintivamente soltó el peluche con asco y se sacudió las manos.
            Pensaba salir corriendo al baño para lavarse concienzudamente las manos pero notó que bajo la piel de una de ellas sus venas parecían sobresalir demasiado hasta que comenzaron a moverse y se percató que no se trataba de sus venas si no de los horribles gusanos que se habían metido bajo su piel, comenzó a rascarse la mano frenéticamente y de nuevo sintió como la comezón se extendía por todo su cuerpo, miró sus piernas y notó que ahí también había gusanos deslizándose bajo su piel.
            Completamente llena de asco y ansiedad buscó un cutter en su mochila, se derrumbó en el suelo y comenzó a provocarse cortes en la piel tratando de extraer aquellos parásitos, su blanquecina piel fue cambiando su tonalidad por el rojo de la sangre que brotaba de las numerosas heridas.
            Pero su frenesí se detuvo cuando la oscura silueta apareció de nuevo, Diana se puso de pie sosteniendo aquella arma blanca, caminó con una mirada demente por su cuarto buscando algún intruso pero lo único aterrador que encontró fue su propio reflejo en el espejo, tenía el cabello alborotado, el gesto de una mujer esquizofrénica y sangre por doquier, se acercó al espejo sin reconocerse y contempló con horror que la oscura silueta que había contemplado no se encontraba en su habitación, si no en su propio ojo, observó como uno de esos pequeños y grotescos gusanos se paseaba por él; Diana, presa del horror y la desesperación, exclamó el grito más agudo y potente de su vida y se hundió aquel cutter en el ojo izquierdo.
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            Cuando se examinó la vaca de peluche se descubrió que estaba llena de gusanos loa loa y un pequeño papel que decía: "No importa la belleza, al final todos somos comida de gusanos."