lunes, 11 de abril de 2016

SADIE. C.1 - La muerte de la bruja (parte 1)


I

LA MUERTE DE LA BRUJA

“Mátenme de nuevo o tómenme como soy,
porque no cambiaré.”

D.A.F. de Sade

-Es tu turno de ir por el balón -le dijo Jack a su hermanita.
-Pero ese es el lugar de la bruja y ya está muy oscuro, mejor vámonos, mamá se va a enojar –contestó ella con su voz infantil.
-Recuerda que la bruja dejó de serlo y el balón se fue porque eres la peor jugadora de fútbol del mundo así que debes ir por él, cobarde.
-Las brujas no cambian…y yo no soy cobarde - dijo la niña con voz nerviosa y tras esperar un pequeño momento, seguramente para armarse de valor, se dirigió hacia el balón que estaba al otro lado del parque tras numerosas plantas que impedían conocer su ubicación exacta. Aun así Amy estaba segura de que estaría en el lugar de “la bruja”.
 Jack, que la vio cruzando el parque con su cabello negro recogido en dos colitas y su gesto de fingida valentía pensó que en sus cinco años de edad jamás se había visto más tierna. La niña caminó a través de la serie de árboles y arbustos que dividían esa parte del parque y la perdió de vista, pocos segundos después un grito de terror rompió con la tranquilidad del parque.
Él sabía que se trataba de su hermana así que corrió hacia donde había ido suplicando que sólo hubiera visto una araña o alguno de esos animales que le daban tanto miedo, sí, eso debía ser, era una niña tan cobarde…Llegó hasta donde se encontraba y la vio sentada en el suelo llorando.
-¡B-bruja Jack! ¡La bruja!
-¿Bruja? ¿Te asustó esa loca otra vez? Te dije que ya no es una bruja, de hecho creo que nunca lo fue.
-No Jack, ¡la bruja murió! -la niña que seguía sollozando (no porque le diera tristeza la muerte de “la bruja” si no porque se había horrorizado con lo que vio) señaló hacia el otro lado del parque y Jack comprendió el estado de su hermana.
Una hermosa luna llena y un cielo tan lleno de estrellas como jamás hubo en aquella ciudad eran el complemento perfecto para la muerte de Sadie, la supuesta bruja que mencionaba Amy. Cuando la encontró, la joven de apenas diecisiete años tenía las muñecas desgarradas, sangre manchaba su elegante vestimenta gótica, estaba atada a una cruz negra de madera y sobre donde debía estar el corazón habían clavado un pequeño cuaderno morado que apenas podía verse pues estaba cubierto casi en su totalidad por su largo cabello negro. De inmediato iniciaron las investigaciones y se le sumó a las tragedias que habían ocurrido recientemente en aquel lugar.
Aquella era una pequeña ciudad sumamente religiosa que conservaba innumerables edificios de la época virreinal dándole cierto encanto atemporal, no era extraño que los turistas que la visitaban se quedaran maravillados con sus enormes y bien conservadas iglesias, su abundante vegetación, la escasez de contaminación y la amabilidad de sus habitantes causando que volvieran poco tiempo después para convertirla en su residencia permanente; lo que ocasionaba que estuviera poblada por personas de todas culturas, religiones y países. Sin embargo, a pesar de lo magnífica que les parecía aquella urbe a los visitantes, los residentes más suspicaces podían notar la doble moral que predominaba, el elitismo injustificado, el malinchismo, el rechazo a la modernización y los numerosos negocios turbios que se llevaban a cabo clandestinamente. No obstante se mantenía como una de las ciudades más seguras y tranquilas del país, por lo que los hechos que ocurrieron en los últimos meses habían tomado por sorpresa a sus habitantes.
Cuando Justina, la madre de Sadie, llegó al parque y vio el cuerpo crucificado de su hija quedó completamente devastada; tras su primer aborto espontáneo creyó que Dios la castigaba por su anterior vida errática y que nunca la dejaría ser madre, sin embargo un año después ahí estaba Sadie, con sus grandes ojos almendrados y su cabellera azabache, era perfecta, ni siquiera le importó cuando le mencionaron que no podría tener más hijos, con ella era más que suficiente. Con Alfonso, su padre, no fue la misma historia, pues él deseaba más que nada tener un varón el cual cumpliera su sueño irrealizado de ser un boxeador profesional pero con el tiempo, al ver lo fuerte que era su hija volvió su ilusión hasta que ella le anunció que su mayor interés era la literatura.
 Al mover el cuerpo sin vida de Sadie retiraron el cuaderno violáceo, éste sería la más sombría de sus obras. Era de diseño simple, lo que era extraño en ella pues solía convertir sus cuadernos en verdaderas obras abstractas, sólo tenía 3 palabras en su portada: “Aún no entienden”.
 Esa era una frase que Sadie solía decir “no entienden” y en efecto Justina nunca había entendido como es que su hija había pasado de ser una buena niña con calificaciones perfectas a ser una adolescente rebelde con problemas de alcoholismo, pero ¿acaso no todos los adolescentes atraviesan aquella etapa de indisciplina? Dudaba que su hija pudiera tener problemas importantes, “problemas de adulto” decía ella. Siempre estaba ocupada preocupándose por lo mal que iba su situación económica, justificaba el no ponerle más atención diciendo que Sadie prefería estar sola.    
Alfonso, un hombre fuerte físicamente y que aparentaba serlo emocionalmente, vivía sumergido en su trabajo al grado que rara vez se encontraba en casa, él siempre decía “ya se le pasará con el tiempo” y sintió que su teoría se confirmaba cuando Sadie comenzó a dejar sus conductas extrañas.
   Cuando el cuaderno fue removido del cuerpo de Sadie la decisión del comandante a cargo fue desecharlo pero Justina intervino y pidió que la dejaran conservarlo. Ella contempló largamente aquella frase formada en él con recortes de revistas. Recordó haber visto ese cuaderno en una ocasión en la que había entrado sin permiso al cuarto de Sadie. A Justina realmente no le agradaba estar en ese cuarto, pero aun así lo visitaba a menudo ya fuera para buscar drogas o sentarse en la destendida cama para intentar comprender qué pasaba por la mente de su hija. Se quedaba largo rato observando la extensa colección de afiches que apenas si permitían notar que el color de la pared era púrpura y el vestuario gótico tan costoso que nunca consiguió prohibirle comprar. Contemplaba con cierta curiosidad los dibujos de Sadie descifrando las figuras en ellos, miraba las muñecas que había modificado hasta volverlas engendros irreconocibles y la gran colección de libros de las temáticas más extrañas que se le pudieran ocurrir, desde novelas sanguinarias a ensayos sobre demonología.
 Lo que más le causaba curiosidad de aquel cuarto era un dibujo hecho por Sadie, sin duda el mejor, mostraba a una mujer muy hermosa de cabello rizado largo, usaba un especie de toga que le hizo pensar en una diosa griega, en una mano sostenía una majestuosa espada y sobre la otra flotaba una llama, tal vez hacía alusión a una diosa de la guerra, en los pies llevaba unas majestuosas sandalias doradas que se sujetaban con lazos hasta la rodilla. La belleza de aquella figura sólo se opacaba con aquella mirada tan penetrante y maligna, además del par de alas demoníacas que salían de su espalda.
Ese dibujo la fascinaba y aterraba al mismo tiempo, el día en que vio el cuaderno incluso sintió que le había hablado, que aquella mujer fue la que le indicó donde encontrarlo. Así, bajo un caos de ropa, muñecas y zapatos lo vio. Apenas estaba por hojearlo cuando Sadie llegó, enfurecida de verla en su cuarto se lo arrebató y la corrió a gritos.
Justina conocía el temperamento de su hija, sabía que era normal el enojo al verla en su habitación pero había algo diferente esa vez, ¿se trataba de miedo, desesperación?, lo único que le quedaba claro era que se debía al cuaderno, ella no quería que lo viera. Y ahora que lo tenía en sus manos no sabía si realmente quería saber lo que había en tal cuaderno, si a Sadie no le avergonzaban sus perversas historias, ¿qué querría ocultar?
 Recordó las largas mangas del blusón gótico de su hija rozando furiosamente contra su mano para arrebatarle la libreta y cayó en la cuenta de algo que no cuadraba, hacía meses que ella no usaba esa clase de ropa, de hecho ni siquiera la conservaba ¿entonces por qué la había portado el día de su muerte? Quizá era algo sin importancia  pero a Justina le extrañó demasiado.
Decidió no leer el cuaderno pues le asustaba su contenido, además ya se le hacía tarde para sus acostumbradas reuniones cristianas, era el único momento en el que olvidaba sus problemas y cada vez rezaba por la salvación de su hija. Guardó el cuaderno en un cajón de su buró y se fue. Llegando a tales reuniones recibió el pésame de sus amigos.
-Lo siento mucho por tu hija, su pobre alma arderá eternamente en el infierno, sabes que los suicidas van ahí - le dijo una mujer de aspecto serio y cabello canoso pulcramente recogido que usaba grandes lentes oscuros.
Justina la miró muy enfadada y le contestó:
-Mi hija fue asesinada Rose.
Tal idea no le agradó le agradó en absoluto, ¿cómo le podía decir esa clase de cosas? Pero no importaba, ella sabía que Sadie no se había suicidado, había cambiado mucho y seguramente ahora estaba con Dios.
Al día siguiente fue a comprar la despensa de la semana tal y como lo hacía cada miércoles, sintiendo melancolía cada vez que veía algún objeto que le recordara a su hija, su cereal favorito, ropa como la que solía usar, jóvenes parecidas a ella… Con tristeza regresó a su hogar y comenzó a ordenar sus compras enseguida, no soportaría el desorden. Al terminar decidió sentarse un momento en su sala y notó un objeto que no debía estar en su mesa, se trataba del cuaderno de su hija, tenía un mensaje diferente esta vez pero tenía el mismo corte sanguinolento en la esquina superior izquierda, los recortes ahora formaban la frase  “Léelo y entenderás”.
Justina empezó a sentirse nerviosa, se preguntaba porque el mensaje había cambiado y como era que el cuaderno había llegado a ese lugar, tal vez Alfonso había llegado temprano de trabajar y había sentido curiosidad por él, pero…y ¿el mensaje? Quizá había leído mal la primera vez y sólo se encontraba estresada.
Se tranquilizó con dichas ideas y decidió recostarse un momento en su cama, se acercó a su buró, sobre el cual tenía numerosos libros de temática religiosa, buscando alguno con el cual relajarse un rato. De pronto vio algo poco familiar en su colección, un lomo morado que no pertenecía ahí. Ella sabía bien lo que era y de inmediato desertó de su búsqueda.
Estaba alterándose así que prefirió dormir un momento, pasó largo rato y no lograba conciliar el sueño, tras un parpadeo notó el cuaderno ya no entre sus libros si no a la orilla del buró, llamándola, con la invitación en él “Léelo y entenderás”. Decidió voltearse para no verlo pero comenzó a escuchar como el buró se tambaleaba tirando todo lo que había sobre él.
Asustada volteó inmediatamente, el buró no se movía y todo seguía en su lugar, pensó que había imaginado el sonido pero su mirada permaneció fija en el cuaderno. De pronto éste se abrió y las hojas comenzaron a pasarse solas, las primeras estaban en blanco pero tras la mitad una viva imagen de su hija apareció en ellas, era como en los últimos días, normal y sonriente, sin embargo la sonrisa se desvaneció, un gesto de desesperación inundaba su rostro, la imagen se llevó las manos al rostro y tras un grito desgarrador se arrancó la piel mostrando los músculos ensangrentados bajo ella.
 Justina emitió un grito de terror y enseguida despertó al escucharse a sí misma. Tal había sido su miedo que algunas gotas de sudor resbalaban por su frente, al menos sólo había sido un sueño. Volteó hacia el buró y asustada notó que el cuaderno se encontraba a la orilla.
 Su primera reacción habitual sería ir a leer algún salmo en la Biblia para calmar su ansiedad pero contrario a eso tomó el cuaderno en sus manos, lo contempló largo rato antes de decidir abrirlo, por fin lo hizo, el cuchillo con el que había sido clavado al cuerpo de Sadie había dejado un corte ensangrentado en cada página lo que le causó repulsión pero no la suficiente para dejar el cuaderno; una hoja se había anexado a él y estaba fechada con el día previo a la muerte de Sadie, comenzó a leer lo que decía:

28 de marzo
Hola Justina, sé que tú eres quien leerá estas páginas, ¿quién más? ¿Acaso Alfonso? Aquél que siempre quisiste que viera como un padre, ¡ja! Un fantasma que apenas si se materializa en tu casa no puede ser considerado como tal. Sé que él no lo leería, jamás le interesó conocerme en vida y ahora muerta sé que me desechará como un mal recuerdo.
Para cuando leas esto seguramente ya estaré bajo tierra tal y como lo deseaba. Lo que tienes en tus manos es la crónica de una vida, las explicaciones que querías, un diario. Espero que con esto entiendas porque, aunque te parecía que eran los meses más felices de tu hija yo sólo me pudría por dentro. Notarás que dedico mi muerte a ti y a tu querida religión.
Y no te preocupes por aquel asunto del infierno, pues no hay mayor tortura que la que pasaba en vida, serán vacaciones para mí. Sé que estar sin mí te hará feliz, no más pleitos, no más enojo ni música a altas horas de la noche. Duerme feliz.
Te amo,
Sadie

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