Para Janeth RL's, ¡feliz cumpleaños! Muchas gracias por tanto apoyo y por animarme a seguir escribiendo.
Aquel día había sido agobiador
para él, odiaba el repetitivo y mal pagado trabajo de oficina al que se veía
forzado a cumplir cada maldito día por el resto de su vida. Godínez…así los
llamaban, resultaba curioso pues ese era precisamente su apellido. El viaje en
transporte público era largo y tedioso como siempre, apenas se distraía mirando
los cuerpos de las féminas que lo rodeaban, un par de buenas tetas por ahí,
unas largas y delgadas piernas por allá, y de pronto un hermoso todo apareció
frente a él.
Tenía un cuerpo muy delgado pero
ligeramente curveado en las zonas correctas, largo cabello castaño del mismo
tono que sus ojos pequeños y felinos, una nariz pequeña y, contrastando con el
resto de sus facciones, unos labios bastante carnosos que seguramente debían
hacer excelentes felaciones. Su vestimenta era sencilla, pero en aquel cuerpo
resultaba provocadora, un ligero vestido con estampado de flores y unas botas
militares. No pudo evitar fantasear con arrancarle ese vestido.
No sabía cuánto tiempo había
estado observándola pero fue suficiente para que ella lo notara, él le ofreció
una sonrisa inocente pero ella sólo le devolvió una mirada de desprecio.
Aquello le ocurría frecuentemente y nunca lo había entendido, no era un hombre
mal parecido. Culpaba a la nueva ola de feministas que atribuían a los hombres el
fracaso de sus miserables vidas, todas eran un montón de esperpentos obesos
frustrados por falta de sexo.
El rechazo era algo que Jonathan
no toleraba, ni aun de esa sutil manera. Siguió a aquella chica cuando bajó del
metro, manteniendo una distancia prudente y cuidando que ella no lo notara, no
le costó trabajo, lo había hecho cientos de veces. Amaba esa parte de la
cacería, la adrenalina de poder ser descubierto, la incertidumbre de si
obtendría su presa.
La calle por la que caminaba era
parte de una zona oscura y poco vigilada, era como si lo estuviera provocando.
Después de todo, ¿qué clase de mujer caminaba sola por un lugar así?
Cuando estuvo lo suficientemente
cerca de ella, notó un delicioso perfume frutal que lo incentivó a actuar, la
empujó a un callejón abandonado y azotó su cabeza contra una de sus paredes
ruinosas, a pesar del aturdimiento, la chica comenzó a gritar y forcejear. Él
golpeó su cabeza contra la pared un par de veces más mientras la amenazaba con
asesinarla si no se callaba, los gritos se convirtieron en leves sollozos
enseguida. Era igual con todas, trataban de parecer muy rudas, pero un poco de
fuerza les recordaba quien manda.
Sostuvo sus pequeñas muñecas
contra la pared, mientras que con su mano libre apartó su ropa interior;
acarició su vulva que, para su decepción, estaba completamente seca, así que
escupió en su mano para lubricar su pene antes de penetrarla con fuerza. La
poseyó como un demente, mordiendo sus hombros y brazos hasta hacerla sangrar,
apretando sus pequeños pechos con tanta fuerza que por un momento creyó que
podría arrancárselos. El éxtasis fue delicioso, pudo sentir como su simiente se
escurría por las piernas de la chica a pesar de que seguía penetrándola.
Guardó su virilidad, que ahora,
en reposo, no era mayor que su dedo pulgar. Miró un último instante a esa
chica, ya no había rastro de aquella mirada altiva, todo lo que había en su
maltrecho rostro era terror y tristeza; sonrió satisfecho y se fue. Esa noche
durmió plácidamente, impregnado del perfume y el sexo de esa chica.
Su buen humor sorprendió a sus
compañeros de trabajo al día siguiente, pero no pasó mucho para que esa alegría
se esfumara y volviera a la aburrida cotidianidad. Y tan sólo un par de meses
para que otra chica llamara su atención, no se consideraba un degenerado ni un
adicto sexual, si no un simple hombre que no dejaba pasar una buena
oportunidad. En esta ocasión la oportunidad llevaba un diminuto top de tirantes
y un short que marcaba su pronunciado y redondo trasero que compensaba su falta
total de busto.
Normalmente no cazaba chicas tan
cerca de su trabajo, pero era tan hermosa que no pudo evitarlo. Ella caminó por
rutas cada vez más solitarias, al parecer era su día de suerte, cuando fue
acercándose percibió el mismo perfume frutal de la última chica, quizá era una
fragancia de moda, no le dio importancia.
Habían llegado a una zona llena
de locales cerrados que probablemente era el sitio favorito de muchos
delincuentes, y comenzó a preocuparle perder la cartera, sin embargo, estaba
convencido de que en un lugar así nadie se preocuparía por ayudar a su presa. La
chica se detuvo frente a la entrada de una casa abandonada y viró abruptamente
hacia él dirigiéndole una amplia y pícara sonrisa.
-Hola, sé que has estado
siguiéndome y también sé porque lo haces.
Esa situación le resultaba
extraña, ninguna de sus presas había reaccionado así, negó la afirmación y
pensó en abandonar la misión de esa noche, pero la chica era tan atractiva que
le costaba dejarla ir tan fácil.
-¿En serio? Y yo que creí que me
deseabas, que querías esto –dijo mientras se quitaba los tirantes y dejaba a la
vista sus pequeños pechos, no sabía si se trataba de la ilusión de la minoría
de edad, o lo estilizados que lucían unos pequeños pechos respingados, pero el
busto de pre púber siempre lo había excitado en demasía.
Se acercó a ella, deseoso de
arrancarle el resto de la blusa, pero ella volvió a ponerse los tirantes y
corrió juguetonamente al interior de la casa. No estaba seguro de poder darle
ese nombre, pues se encontraba en ruinas, con varias ventanas rotas y sin luz,
debía estar llena de vagabundos y drogadictos, pero poco le importaba con tal
de poseer a esa rubia.
Caminó entre las penumbras
guiándose con la tenue luz de su teléfono y la voz de la chica que lo invitaba
a buscarla. Distinguió un fulgor debajo de una puerta y supo que la había
hallado, entró a la habitación y lo recibió con esa sonrisa coqueta, estaba
sentada sobre un colchón viejo y sucio, Jonathan comenzó a sospechar que ese
era su modus operandi y que quizá ya había traído a cientos de hombres a
follársela sobre ese asqueroso colchón, nunca fallaba su instinto para
reconocer a las mujerzuelas. Si aquello era lo que quería, se lo daría con
mucho gusto. Se bajó la bragueta, pero no tuvo tiempo de hacer otro movimiento
pues un golpe repentino lo dejó inconsciente.
Cuando despertó se dio cuenta de
que estaba atado y que tenía una especie de mordaza metálica, la luz era tan
tenue que le costó distinguir donde se encontraba, parecía un taller de
carpintería. De nuevo percibió el perfume frutal, y pensó que aquella perra
debía ser muy pervertida para hacer ese tipo de juegos. Pero quien apareció
frente a él no fue la rubia, sino un esperpento con la cara llena de
cicatrices, aunque no tenía mal cuerpo, podría follársela desde atrás sin
dudarlo.
-Hola Jonathan, ¿me recuerdas?
–al sonreír, su maltrecho rostro lucía tétrico, como la villana de alguna
telenovela. La miró detenidamente pero no pudo reconocerla, así que negó con la
cabeza y forcejeó para soltarse, no sabía de qué se trataba aquello y en
definitiva no le interesaba.
-¿Seguro? Nos conocimos hace
pocos meses.
-Recordaría una cara tan fea
–dijo él, luego de quitarse la mordaza- ¿Quién eres y qué quieres? No tengo
tiempo para esta mierda.
-Qué pena, eso debiste haber
pensado antes de atacarme en el callejón -ni siquiera eso logró que la
recordara, había poseído a decenas de chicas y muy pocas perduraban en su
memoria- Veo que de verdad no me recuerdas, no hay problema, haré que no
vuelvas a olvidarme. Hace algunos meses dejaste algo conmigo y quiero
devolvértelo, no, no es tu cartera, no te entusiasmes, esa la tiré hace mucho.
Esto es lo que quiero darte –dijo enseñándole un frasco lleno de un líquido
amarillento en el que flotaba una amorfa masa rojiza.
-¿Qué es esa mierda?
-Considerando que tiene la mitad
de tu ADN seguramente sí es una mierda, aunque el nombre apropiado es feto. Me
tardé un poco en descubrirlo y decidí guardarlo para ti, obviamente no iba a
conservarlo, ¿quién querría un hijo que se pareciera a ti?
-¿Y a mí que mierda me importa?
-Qué léxico tan pobre tienes –pronunció
decepcionada, miró el frasco y continuó- esto no es opcional.
Ella manipuló el aparato que le
había puesto en la boca, haciendo que la abriera en contra de su voluntad e
imposibilitándolo para cerrarla. Puso el contenido del frasco en una licuadora
y lo mezcló hasta convertirlo en una papilla asquerosa.
-¿No se ve delicioso? -preguntó
poniéndolo frente a su rostro- no te preocupes por el líquido, es sólo agua, no
pretendo matarte. Por ahora.
Introdujo un embudo hasta su
garganta y vertió la pasta en ella, Jonathan forcejeó, pero apenas pudo
moverse, sintió esa sustancia fétida y grumosa bajando por su garganta sin
poder hacer nada más que tragar, no pudo contener su impulso de vomitar y
percibió el sabor de la bilis mezclándose con el feto destrozado, tuvo que
tragarlo todo para evitar ahogarse.
En cuanto pudo hacerlo, gritó
todos los improperios y amenazas que conocía, mientras la chica lo miraba
serenamente.
-Ah, relájate. Ese fue sólo el
principio. Cuando te vi semanas después de que abusaras de mí, me pregunté
porque eras un maldito violador. Ciertamente no eres atractivo, pero tampoco
eres un esperpento, eso me conflictúa un poco, ¿sabes? Alguna chica podría
llegar a pensar que sólo eres un retraído social y no una basura inmunda. Así
que haré que te veas como el monstruo que realmente eres.
El proceso de transformación fue
largo y doloroso, pero de acuerdo a ella, necesario. Comenzó con
sus dientes, con la ayuda de un
pequeño cincel y un martillo, los fue rompiendo para darles un aspecto
puntiagudo, la sangre brotaba a borbotones desde sus encías y él no paraba de
agitarse y gritar, causando que ella fallara y terminara rompiendo la mayoría
del diente o perforando su lengua.
La chica se limpió las manos en
la camisa de Jonathan antes de tomar una aguja e hilo grueso, que utilizó para
coserle los dedos de las manos en pares, omitiendo los pulgares. El trabajo
resultó ser más difícil de lo que esperaba, así que tuvo que usar unas pinzas
para poder penetrar la piel a profundidad y lograr que los dedos quedaran bien
unidos. Le cortó los pulgares con tijeras para podar, pero quedó inconforme con
el resultado. Esas manos aún lucían muy humanas. Utilizó un soldador eléctrico
sobre cada par de dedos, hasta que ese pedazo de carne chamuscada perdió toda
forma y división.
Lo miró aún insatisfecha, y
volvió con el martillo sólo para destrozarle una de las rodillas. Para ese
entonces Jonathan ya estaba afónico de tanto gritar, pero con una voz apagada y
rasposa consiguió rogarle que se detuviera, prometió no volver a tocar a una
mujer en su vida, lloró y suplicó como un bebé, retorciéndose de dolor.
-No necesito tus promesas, voy a
asegurarme de que no te queden ganas ni si quiera de pensar en una mujer
desnuda por el resto de tu triste y corta vida.
Tras decir eso, vertió aceite
hirviendo sobre su cabeza. Él gritó desesperadamente sintiendo como su piel
ardía y se llenaba de ampollas hasta que por fin se desmayó de dolor.
Despertó en un callejón
abandonado, su cuerpo se sentía como si hubiera vuelto del infierno, trató de
ponerse en pie, pero el dolor era demasiado fuerte. Se arrastró fuera del
callejón buscando ayuda, pero las personas sólo lo miraban con miedo y asco,
huyendo de él. Cuando, después de 3 horas, alguien por fin alertó a la policía,
él se encontraba deshidratado y apenas consiente.
Se sintió avergonzado de admitir
que una mujer le había hecho eso, así que le dijo a la policía que había sido
víctima de un psicópata, les dio la descripción de su padre (un verdadero
maniaco muerto hace más de una década). Para su fortuna, la empresa en la que
trabaja buscaba ser “incluyente” y claro, recibir publicidad gratuita, así que
aceptaron que volviera a trabajar a pesar de su desagradable apariencia.
Incluso lo reubicaron a una oficina donde los visitantes lo pudieran ver, todas
aquellas miradas de curiosidad y asco lo hacían sentir como un animal en un
zoológico.
Sin embargo lo entendía, el
aceite le había dejado horribles marcas en todo el rostro y torso, su manos
parecían un par de patas de cerdo, y no podía evitar cojear a pesar de las
múltiples cirugías que le realizaron. Él mismo admitía que parecía un monstruo.
Esa perra había logrado su cometido.
Pero ni aquel dolor y humillación
habían matado su libido y su pasión por las mujeres, simplemente no podía dejar
de desearlas, era un hombre y tenía necesidades, ¿eso era tan difícil de
comprender? La paranoia lo invadió al comienzo, creía que todas las mujeres lo
miraban sospechosamente e incluso había llegado a ver a otros hombres con
lesiones similares a las suyas, ¿acaso esa loca se había convertido en una
torturadora de hombres serial? Malditas feministas, iban a llevar el mundo al
carajo.
Al principio se conformaba con
contemplar a las más bellas féminas a su alrededor y autocomplacerse
discretamente, pero eso no le bastaba, necesitaba la adrenalina de la cacería.
Sus primeros intentos de retomar
su hobbie fueron frustrantes, era demasiado lento y ruidoso. Aunque no tardó en
descubrir que tenía una nueva arma, la lástima. A pesar de que la mayoría de
las personas lo despreciaban, había unos cuantos que sentían pena por él, gente
que se acercaba a ofrecerle ayuda. Por lo tanto decidió actuar como un hombre
desvalido y esperar a que cayeran en su trampa. Y aunque era fácil conseguir
que algunas chicas se acercaran a él, no lograba más que frotar su pechos o
vulva antes de que huyeran o le propinaran una paliza.
Una noche se le apareció un
hermoso ángel de la larga cabellera negra y tez morena, supo que debía ser suya,
a como diera lugar. Se acercó a pedirle ayuda y ella aceptó sin dudarlo, cuando
le tendió su brazo para que se apoyara, pudo percibir el aroma frutal del día
en el que se convirtió en ese monstruo, sintió un escalofrío, su pulso se
aceleró al recordar ese doloroso día pero terminó cediendo a la adrenalina.
Seguramente sólo era una coincidencia.
La condujo al punto más solitario
de esa calle y la sujetó fuertemente con ambos brazos, besó su cuello y pechos
con desesperación, habían pasado meses desde la última vez que degustaba el
delicioso sabor de una mujer, su erección era tan fuerte que sabía que
eyacularía en cuanto la penetrara. La miró directo al rostro esperando ver una
expresión angustiada y lágrimas de desesperación, pero en cambio ella sonreía y
soltó una fuerte carcajada cuando él pasó de la excitación a la confusión.
-Eres incorregible, ¿verdad,
Jonathan? –le dijo ella usando el mismo tono que la deforme mujer que lo había
atacado. Se alejó de ella y empezó a mirar paranoicamente a su alrededor.-
¿Buscas a alguien? –preguntó burlonamente.
Cojeó lo más rápido que le
permitía su rodilla mal reconstruida, no sabía qué estaba ocurriendo pero no le
interesaba averiguarlo.
-¿Por qué te vas, Jonathan? Sólo
queremos divertirnos contigo. ¿No es lo que querías?
No consiguió alejarse más de una
cuadra cuando la mujer deforme apareció frente a él.
-Realmente esperaba que cambiaras
de actitud con tu castigo, pero tal parece que no tienes remedio.
Miró alrededor y vio a un grupo
de mujeres que lo observaban y se acercaban a él. En su condición de inválido
no les costó cubrirle el rostro con una bolsa negra y atarlo, para luego
meterlo a la cajuela de un auto. Cuando le quitaron la bolsa vio que estaba en
la misma habitación que antes, qué predecible. Sabía que iban a asesinarlo y no
le importaba, prefería la muerte a seguir viviendo en ese deplorable estado.
Pero el plan de esas mujeres era
completamente diferente.
Le colocaron un torniquete en
cada muñeca, y con un cuchillo eléctrico le cortaron ambas manos, a pesar de
los torniquetes, la sangre brotó abundantemente de las heridas. Jonathan no
sabía si era el dolor o la impresión de ver sus extremidades desprendidas, pero
estuvo a punto de desmayarse hasta que lo despertaron con una paliza. El
proceso de transformación apenas comenzaba.
Suturaron sus muñones y cosieron
un par de patas de cabra a ellos, él sólo pudo pensar que jamás podría volver a
sentir la suavidad de un exquisito cuerpo femenino, no podría presionar unos
suaves pechos ni palmear un trasero, no sólo por la falta de manos, sino porque
ninguna mujer se acercaría a él con ese aspecto. No pudo evitar soltar algunas
lágrimas, que sólo hicieron reír a sus captoras. La primera vez había resultado
toleraba, sólo era torturado por la arpía deforme, pero ahora, con todas esas
mujeres burlándose de él se sentía completamente humillado. ¿Qué hacían todas
ellas ahí? ¿Por qué les divertía tanto su situación?
Una chica de cabello corto
castaño jaló su lengua y la cortó en dos, jugueteando animadamente con los dos
pedazos y aumentando su dolor, hasta que la arpía la reprendió por desperdiciar
el tiempo. Dos chicas se colocaron a cada lado de él, sujetando desarmadores,
aquello fue lo último que pudo ver pues los clavaron directamente en sus globos
oculares, los clavaron una y otra vez destrozándolos y sacaron los restos con
pinzas. En su lugar insertaron un par de canicas de color rojo brillante.
Dándole un aspecto macabro.
Jonathan ya no podía verlas, pero
sintió como le engraparon la piel de algún animal alrededor de las piernas,
dejando sólo su entrepierna al descubierto.
-Cortarlo sería demasiado
sencillo –dijo la arpía mientras sostenía su flácido miembro en la mano- eliminaría tu deseo por completo y no es lo
que nos interesa. Queremos que sientas ese deseo y que no puedas satisfacerlo
nunca.
Tras decir eso le adhirió un par
de grandes cuernos en la frente, con pegamento industrial, por supuesto que no
quedaron simétricos al primer intento, así que tuvo que arrancar uno de ellos
(con un poco de piel que se había fijado) y colocarlo en la posición perfecta.
Volvieron a subirlo al automóvil
y lo arrojaron a la calle como si fuera una bolsa de basura, estaba ciego y el
dolor en la lengua le impedía pronunciar vocablos coherentes. Parecía un sátiro
infernal salido de alguna pesadilla. Escuchaba a la gente que huía de él y
producía sonidos de desagrado. Pudo notar que un grupo se juntó cerca de él para
burlarse y fotografiarlo. Alguien lo jaló de los cuernos y lo hizo girar, él
trató de defenderse inútilmente, pero terminó tirado en el suelo, gimiendo de
dolor y sin poder producir lágrimas.
No supo cuánto tiempo estuvo
tirado congelándose en esa noche invernal, pero sintió que fue una eternidad.
Supo que sus heridas se habían infectado cuando la fiebre se apoderó de él y
sintió que la muerte por fin llegaría por él.
Para su infortunio, despertó
nuevamente, por el olor estéril y los sonidos de la maquinaria, supo que estaba
en un hospital. Pronto un doctor le dijo que tuvieron que amputarle los
antebrazos debido a la fuerte infección que las partes animales le habían
causado. Le habían extraído las canicas y retirado la piel de caballo, la cual
había causado el menor daño a pesar de que había atraído larvas que empezaron a
devorar su piel.
Después de pagar la cuenta del
hospital quedó en bancarrota, y al resultar completamente inútil para la
compañía en su estado actual, fue despedido con una mísera liquidación. No le
interesaba continuar con esa vida, ahora no podía ni refugiarse en la visión de
la belleza femenina, ni mucho menos desahogarse con placeres solitarios, un
solo intento infructuoso le había bastado para saber que no funcionaría. Por lo
tanto decidió ponerle fin, de la forma más simple que le permitían sus
limitaciones, saltando por la ventana. Ya que vivía en el sexto piso de un gran
edificio, no veía falla en su plan.
Abrió el gran ventanal de su
cuarto, se sentó sobre la cornisa tomando valor, sintiendo por última vez el
viento en su rostro y anhelando la libertad que le proporcionaría la muerte, se
puso de pie y saltó. Pero contrario a lo que esperaba, cayó sobre una
superficie blanda muy cercana a la ventana, para luego ser llevado de vuelta al
departamento por unos brazos desconocidos y una fragancia odiosamente familiar que
invadía el ambiente.
-¿De verdad creíste que iba a ser
tan fácil? Ese sería un final demasiado rápido para ti, y queremos verte
sufrir. Nos hemos adelantado a cada idea que pudieras tener, y te estaremos
vigilando a cada momento.
-¿Soy tan importante en sus
miserables vidas? Sólo déjenme morir, locas de mierda –dijo mientras manoteaba
hacia todas direcciones, esperando alcanzar al menos a una de ellas.
-No, querido…Aún no has sufrido
lo suficiente, necesitamos que sufras mucho más. Estamos hartas de la escoria
como tú, así que nos unimos para castigarlos como se merecen.
-No pueden hacer esto por
siempre, alguien las va a descubrir y van a terminar todas en prisión. Putas
lesbianas dementes.
Una sonora risa colectiva llenó
la habitación, aquello lo atemorizó, ¿cuántas eran? ¿10, 20?
-No tienes idea del alcance que
tiene nuestra organización, estamos en todas partes, en los restaurantes, las
escuelas, la policía, el gobierno, y por supuesto, tenemos a alguien en tu
trabajo, perdón, en tu ex-trabajo, ¿cómo crees que te encontramos? Así que no
te preocupes por nosotras, sabemos cuidarnos.
Las mujeres dejaron su hogar, no
sin antes propinarle una paliza y dejarle bien claro que eso sería lo que
ocurriría cada vez que intentara quitarse la vida. Desde aquel día, Jonathan no
volvió a tener un día de paz, caminaba cautelosamente por las calles, se
estremecía al percibir esa maldita fragancia frutal, huía al escuchar voces
femeninas y sentía desconfianza de las mujeres que se acercaban a ofrecerle
comida o dinero. Trató de quitarse la vida un par de veces más, sólo para
confirmar que le sería imposible concretarlo y que sólo se ganaría una golpiza
de la que no podría recuperarse en días.
Se acostó en la cama de su fétido
apartamento, del que no había podido echarlo aún, y lloriqueo en soledad, si es
que realmente estaba solo.