¿Alguna vez han estado frente a
la presencia de algo tan hermoso que sólo puedan pensar en destruirlo? Sé que
han vivido algo similar; ver a un bebé regordete y querer estrujarle las
mejillas con fuerza, o amar tanto a alguien que quieres abrazarlo hasta que cada
uno de sus huesos truene, ¿lo ven? Ahora no parece tan descabellado.
Amamos destruir la belleza y yo,
Iván Zuleta, jamás he visto algo tan hermoso como el rostro de Angélica, un
rostro redondeado en el que resaltan unos labios muy carnosos, sus castaños son
tan expresivos que jamás pueden ocultar sus emociones, ya sea tristeza, alegría
o su tan acostumbrada lascivia. Cada vez que miro aquel rostro perfecto sólo
puedo pensar en destrozarlo de tal forma que resulte irreconocible.
Probablemente ya habría cumplido
mi deseo si no fuera por mi maldito libido, aquel que me llevó a una relación
de un año con ella. No fue algo que haya planeado, no es como si hubiera dicho
“Hola, me encantaría pisotear tu cabeza hasta que tu cráneo reviente, ¿quieres
ser mi novia?”. A pesar de lo mucho que desconfío a veces de su instinto de
supervivencia, dudo que hubiera aceptado. La situación fue bastante peculiar
pero no de aquella manera.
La primera vez que la vi fue en la universidad
a la que ambos asistimos, jamás había estado enamorado y jamás había deseado
asesinar a alguien, así que me tomó un tiempo descifrar lo que despertaba en mí
esa chica. Me bastó con frecuentar los mismos sitios que ella en la escuela
para escuchar su nombre, Angélica Vidal, y con eso pude encontrarla en todas
sus redes sociales. Por fortuna es una de tantas personas que disfrutan
compartiendo cada aspecto de su vida en ellas. Instagram es el paraíso de los
voyeristas.
Basándome en numerosas
fotografías en las que Angélica no dudaba en compartir su ubicación cada vez
que salía y en los objetos que podían verse fuera las ventanas de su casa en
sus múltiples selfies, pude ubicar perfectamente la zona en la que vivía. Me
pareció adecuado asesinarla cerca de esa área, pues si lo hacía cerca de la
universidad era más probable que sospecharan de un compañero o maestro.
Estudié su rutina por semanas, me
sorprendió saber que sus precauciones de seguridad eran nulas, casi siempre
regresaba sola y a pie a casa, a pesar de las constantes ofertas de sus
acompañantes de llevarla o al menos pedirle un taxi, volvía innecesariamente
tarde, elegía las rutas más inseguras y constantemente estaba distraída en su
teléfono sin importarle la gente o los autos en su camino. Parecía como si no
le diera importancia a su vida o si deliberadamente quisiera morir pronto.
La noche en que me decidí a
actuar, ella se encontraba fumando en un parque cerca de su casa, al parecer no
la dejaban fumar dentro. Estaba de espaldas a mí, llevaba su cabello recogido
en una coleta alta y se podía ver su largo cuello. Decidí asfixiarla hasta la
muerte para luego destrozar su rostro sin que sus gritos pudieran alertar a sus
vecinos, quería tomarme el tiempo de disfrutarlo sin dejar la tarea inconclusa.
Rodeé su delgado cuello con una
de mis manos y cubrí su boca con la otra, anticipando que gritaría. Nunca
esperé una reacción como la que tuvo. De su garganta no surgió un grito, sino
un sonoro gemido de placer mientras retorcía su cuerpo contra el mío, aquello
aunado a una inminente erección que se presionaba contra sus nalgas, hizo que
sólo la soltara y la apartara de mí.
Angélica giró hacia mí sonrojada
y visiblemente excitada, me costaba creerlo, probablemente ella era la única
mujer fuera del hentai que podría excitarse en una situación así. Se abalanzó
sobre mí, besándome con un fervor que normalmente se reserva para un encuentro
que se ha esperado por mucho tiempo. Aquello era sospechosamente bueno y me
distraía por completo de la misión original, pero aquella mujer era demasiado
sensual y estaba muy cachonda para dejar pasar la oportunidad. Si era una
trampa valía la pena caer en ella.
Me arrojó sobre una de las bancas
y se sentó sobre mí, colocó mis manos sobre sus nalgas antes de frotar su pelvis
contra la mía, podía sentir cómo su vulva se humedecía y empapaba mi pantalón.
Jalé su ropa interior hacia un lado, dejándola expuesta, la acaricié con un par
de dedos, llenándome de esa deliciosa humedad y sintiendo sus labios hinchados
de excitación, mientras ella gemía y pegaba su cuerpo al mío.
Se levantó lo suficiente para
abrir el cierre de mi pantalón y liberar una erección que ya resultaba
dolorosa, frotó mi glande contra su vulva, prolongando mi sufrimiento, antes de
introducirse de golpe mi miembro. Cabalgó exquisitamente sobre mí y yo hice mi
mejor esfuerzo por prolongar nuestro placer, pero no logré contenerme más de
cinco minutos antes de expulsar tanto semen que pude sentir como se deslizaba
sobre nuestros muslos.
A pesar de lo que creí ella
parecía más satisfecha que decepcionada. Después aprendí que las reacciones de
Angélica siempre eran impredecibles. Mi pene continuaba erecto, así que ella
siguió usándolo hasta conseguir un orgasmo, fue una exquisita tortura. Se
estremeció unos segundos con la cara hundida en mi hombro y luego me miró con
una gran sonrisa para decirme la única palabra que me dirigiría esa noche antes
de irse deprisa:
-Gracias.
Se marchó dejándome confuso y
ansioso por volverla a ver. No tuve que esperar demasiado pues nos encontramos
por casualidad en la Universidad, cuando la mayoría de estudiantes ya estaba
saliendo de su última clase. Ella me miró sorprendida y ligeramente
avergonzada, pero sin rastro de miedo. Cualquiera pensaría que la estaba
acosando, sin embargo, Angélica era demasiado confiada, jamás mostró miedo de
mí o de nada.
Tuvimos una incómoda presentación
en la que yo me imaginaba desollando su bello rostro y ella no dejaba de
mirarme lascivamente. Me visualicé apuñalando su rostro para luego arrancar los
pedazos con mis propias manos, estaba tan abstraído que no escuché lo que decía,
pero noté que en algún punto había parado de hablar y esperaba una respuesta.
Me quedé observándola atontado sin saber qué decir.
-¿Debo interpretar eso como un
no? – preguntó decepcionada.
-Disculpa, no escuché tu
pregunta.
Ella soltó una risita burlona, se
acercó a mí y murmuró:
-Te pregunté que si quieres
cogerme en mi salón, tengo una copia de la llave.
Acepté su propuesta sin dudarlo,
ella estudiaba arquitectura así que su edificio estaba muy cerca de donde nos
encontrábamos. Su salón estaba en el tercer piso y conforme nos acercamos pude
notar que la mayoría de las aulas ya estaba vacía y con las luces apagadas,
dándole un toque tétrico al edificio. Por fortuna llegamos a su salón sin
cruzarnos con nadie y cerramos la puerta con llave.
Pensé en lo fácil que sería
asesinarla en ese momento, no había testigos y los salones contiguos estaban
vacíos, si no hacíamos demasiado ruido podría lograrlo.
Angélica no perdió el tiempo y se
desnudó en segundos, invitándome a hacer lo mismo. Se sentó sobre el escritorio de profesores con
las piernas muy abiertas y me pidió que le diera sexo oral. Su vulva tenía un
aroma irresistible y sensual, la lamí con placer mientras imaginaba que la
devoraba a grandes mordiscos, sus abundantes fluidos empapándome la barbilla se
transformaban en borbotones de sangre en mi mente. Anhelaba destrozarla pero mi
sentido común me detenía, sabía que si la asesinaba en aquél lugar era muy
probable que fuera descubierto y castigado.
Introduje un par de dedos dentro
de su vagina esperando distraerme de la fantasía sangrienta, pero al sentir su
cálido interior mi mente divagó de nuevo, ese par de dedos se transformaban en
un puño completo que la vapuleaba desde el interior para luego arrancar primero
su útero y luego sus intestinos al tiempo que veía su perfecto rostro
convertirse en una mueca de horror.
-¡Cógeme! – gritó Angélica
extasiada, sacándome del fetiche ero-guro. Yo obedecí como un autómata, me
coloqué frente al escritorio y jalé sus caderas hacia mí para introducirle mi
miembro con la misma fuerza con la que quería introducirle mi puño.
Los gemidos de Angélica eran tan
fuertes que me sorprendió que nadie nos interrumpiera. Intenté cubrirle la boca
con una mano, pero ella la tomó para colocarla sobre su garganta, mi erección
creció aún más con esto, no sabía si podría contenerme más tiempo, ni de
asesinarla, ni de eyacular dentro de ella.
-¡Más fuerte! – exigió,
presionando mi mano con más fuerza sobre su cuello. Obedecí, imaginando como su
piel se tornaba de un rojo violáceo y cómo sus ojos se inyectaban de sangre al
grado de parecer que saldrían de sus órbitas. Con esta imagen en mente
descargué mi semen con tal potencia que mi pene se estremeció dentro de su cuerpo.
Al abrir los ojos vi el rostro de Angélica se había enrojecido así que la solté
de inmediato.